La guerra es algo malo. Deja a su paso ciudades arrasadas, destinos humanos rotos y un gran dolor. El conflicto en Ucrania, que estaba madurando desde hacía años, a pesar de lo cual nos ha sorprendido, ha generado por la sangre de las víctimas inocentes una oleada de empatía y ha unido con lazos invisibles a personas de diferentes rincones del mundo. ”Su compasión les ha ayudado a unirse y, lo que es importante para nosotros, nos ha demostrado que no estamos solos”, ha expresado en Radio Bulgaria María Zheliazkova, una búlgara étnica de la aldea besaraba ucraniana de Chushmeli e integrante del conjunto homónimo de danza búlgaro local. Hemos establecido contacto con ella pidiéndole nos cuente cómo ha cambiado la vida de los búlgaros allá en las condiciones de una guerra y podamos retroceder en el tiempo e busca de nuestras raíces comunes.
Dice María que de no haber sido por las noticias transmitidas la gente de su pueblo ni siquiera se habría dado cuenta de que había una guerra, puesto que existe en el pueblo la serenidad y no se oyen detonaciones ni explosiones. Sin embargo, todo el mundo tiene parientes y amigos en toda Ucrania. ”Todos los días los empezamos llamando a nuestros parientes para oír sus voces y comprobar que siguen vivos. Nuestra vida se ha detenido desde hace dos meses. Rezamos y procuramos ver cómo le podemos ser de utilidad al ejército, a la gente necesitada de ayuda”, dice María. Su casa había dado cobijo durante un mes a un matrimonio con un hijo pequeño, de Kiev. El chiquillo había enfermado después de haber estado escondiéndose con sus padres durante días en los sótanos de casas para protegerse contra el bombardeos. ”Eran al comienzo unos extraños para nosotros, pero ahora ya nos sentimos como unos parientes. El infortunio ha mancomunado a muchas personas, mucha gente ha encontrado a sus almas gemelas”, dice María. Agrega que a Ucrania llega ayuda humanitaria de muy diversos países, incluso de Bulgaria.
Entre un 80% y un 90% de los habitantes de Chushmeli ha preferido quedarse en su hogares, pese a la guerra. Partieron muchas madres con sus hijos, pero una parte de ellas luego retornó a la aldea. Y no sólo fueron ellas. ”Muchas personas que antes no llegaban a encontrar tiempo para hacerlo ahora han regresado para ver a sus progenitores, de Kiev, Odesa, y otras ciudades. Las calles se colmaron de niños y esto agrada. Lo único lamentable es que esto haya ocurrido por un mal motivo”, agrega María. Dice que viven en su pueblo unas 4.000 personas
“Todos nos comunicamos en búlgaro, Nuestro dialecto es distinto al exclusivamente búlgaro, pero cuando vamos a Bulgaria no nos topamos con dificultades de lengua, nos defendemos. Aquí en Besarabia hay muchos pueblos búlgaros y cada uno de ellos tiene su dialecto propio. Dicen que la historia de Chushmeli comenzó en la localidad búlgara de Kaspichán. Sin embargo, cuando una delegación de nuestra aldea se trasladó a Kaspichán, no pudo detectar allá nada en común con la cultura, la arquitectura y el dialecto en esa ciudad búlgara”.
Los moradores de la aldea conservan trajes típicos y tapices de antaño, alhajas y adornos que habían pertenecido a sus bisabuelas y bisabuelas. Esperan que un día toda esta riqueza la puedan estudiar los etnógrafos, que desvelen con todo lujo de detalles sus raíces.
Al comienzo la aldea se llamaba "Chushma Varovita” -en español, fuente de agua calcárea- y, posteriormente adoptó el nombre de Chushmeli, por la fuente que brota en el centro del pueblo y en torno a la cual se fue desarrollando este poblado:
“Nos sentimos muy orgullosos de que nuestra aldea conserve sus tradiciones. Una muestra de ellas son las toallas tejidas en un telar, una práctica ausente en el resto de los pueblos besarabos, los tapices. También hemos conservado las festividades cristianas, que cada uno celebra conforme sus costumbres. El día de San Jorge lo celebramos de una forma muy hermosa, en Navidades los hombres suelen recorrer las casas del pueblo cantando canciones búlgaras”, dice María. Agrega, sin embargo, que ahora nada es igual a lo que era, por la situación que se está viviendo. Otra faceta de la cultura búlgara conservada es la culinaria. A quienes visiten la aldea se les suelen agasajar con platos lugareños típicos: la tradicional sopa de cordero, col con arroz y carne, plato a base de carne de oveja, espolvoreado de pimienta roja molida y, por cierto, pastel de hojaldre, enumera María Zheliazkova. Y agrega:
“Al pastel de hojaldre le llamamos “zelnik”, palabra que viene de “zele”, o sea col. Se hacen capas finas de la masa, entre ellas se pone un relleno de queso blanco, se le vierte encima una mezcla de leche y huevos y se hornea. Todos estos productos a base de masa tienen queso por relleno y se suelen hornear. En nuestra familia seguimos elaborando el pan nosotros mismos horneándolo. Es motivo de orgullo para nuestra aldea el conjunto de danzas tradicionales búlgaras “Chushmeli”.
“Este conjunto fue formado oficialmente hace 5 años. Se le ha afiliado 22 personas, todas ellas de muchas ansias de bailar. Sin embargo nos hemos visto forzados a suspender temporalmente su actividad, primero, por el coronavirus, y, ahora por la dura situación debida a la guerra. En nuestra aldea se han conservado unas tres danzas típicas, joró, que bailamos desde hace muchos años”, dice María.
Los habitantes de Chushmeli, al igual que todos los ucranianos abrigan esperanzas de que la guerra termine lo más prontos posible. Se muestran seguros de la victoria ”porque no hemos hecho nada malo”, resaltan. El término de la contienda significaría retornar paulatinamente al ritmo de la vida normal.
Versión en español por Mijail Mijailov
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