A los tracios les gustaba beber vino espeso con un acentuado aroma afrutado y un regusto remoto a cera de abejas. Una bodega vinatera de la ciudad costera de Varna ofrece un periplo a través del tiempo por medio de una variedad de uva “resucitada” de la época de la Ilíada de Homero.
Lo que antecede no es una chanza ni un truco publicitario barato, sino el resultado de una sucesión de investigaciones y experimentos arqueológicos y químicos que han durado más de catorce años. El viticultor de Varna Atanás Karágueorguiev ya tiene patentado su producto y unos días atrás colocó experimentalmente en el mercado las primeras botellas de vino en las que han sido sellados 3.000 años de historia.
Todo empezó como si se tratara de una broma. Durante un recorrido por la zona del antiguo santuario tracio de Tatul en la montaña de Ródope, Karágueorguiev y su amigo Pável Petkov, exdirector del Museo de Historia de la ciudad de Kárdzhali (sur de Bulgaria), se toparon con un extraño tallo pequeño con racimos de uvas rojas. Decidieron enviarlo al Instituto Agrobiológico de Sofía para un análisis de ADN. Los resultados fueron pasmosos y confirmaron sin ambages la hipótesis de que aquella variedad tenía un origen muy antiguo, típico de las condiciones en estas tierras hace 3.000 años.
Fue el principio de un largo viaje, colmado de trabajo infatigable, creatividad, ilusiones y cortapisas burocráticas. Al cabo de numerosas peripecias, Atanás Karágueorguiev consiguió multiplicar la vid silvestre encontrada y plantar unas 5 hectáreas de esa variedad usando tecnologías antiguas. Mientras tanto, había postulado con un proyecto para obtener subvención del Fondo de Agricultura, pero por no conseguir depositar a tiempo su aval bancario, los funcionarios rechazaron su proyecto por un valor de 55.000 euros.
“Independientemente de su antigüedad, esta variedad resulta competitiva, ya que es resistente a plagas y de buen rendimiento. El vino que de ella se produce es una especie de producto intermedio entre los vinos de las variedades gamza y mavrud y esto es normal porque, como ellas, es una variedad antigua búlgara. El vino presenta un saturado bouquet afrutado de guinda y cereza, con un regusto agradable y llega a tener de 22 a 24 grados de azúcar. Es una variedad gratificante que seguiré reproduciendo”, dice convencido Atanás Karágueorguiev.
En la Antigüedad, los tracios tenían fama de ser los mejores vinateros. Por esta razón el empresario de Varna suele visitar sitios arqueológicos en todo el país, consulta a investigadores y estudia a fondo las antiguas tecnologías de los tracios. Su vino se está añejando en tinajas de terracota.
“Siguiendo la tradición de la Antigüedad, las tinajas se colocan soterradas y en ellas la uva pisada y desgajada se deja a fermentar y no se toca hasta el mes de febrero −explica Karágueorguiev− . Si tuviera que respetar íntegramente la tecnología, que me imagino que se usó hace 3.000 años, debería impregnar las tinajas con cera de abeja; porque de no tener la tinaja paredes gruesas hace las veces de un filtro de cerámica y el líquido se segrega a través de ellas. Por esto las impregno con cera de abeja, que aporta al sabor afrutado un regusto de cera de abeja”.
En esta etapa, la bodega de Varna oferta cantidades limitadas de vino tracio en envases de cerámica. ”Si hubiera obtenido el respaldo del Fondo de Agricultura, en un año ya habría creado la llamada bodega de terracota, a semejanza de las de Italia y Francia”, dice con amargura Karágueorguiev y añade que a pesar de todo no desistirá de sus sueños.
“Esto me ha costado catorce años de mi vida. Me refiero a esto de demostrar algo, reproducirlo y ofrecérselo a los búlgaros, para que vean y comprueben que en una época en la que Francia todavía no existía como Estado, en nuestras tierras ya se hacía tal vino y es normal que nos sintamos orgullosos de ello”, dice en conclusión Atanás Karágueorguiev.
Versión en español por Mijail Mijailov
Fotos: Atanás Karágueorguiev, BTA
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