Se cumplen 144 años del ahorcamiento de Vasil Levski, Apóstol de la Libertad de Bulgaria. Cada vez que se hacen referencias a él, Levski vuelve a cobrar en nuestra conciencia los contornos de uno de los pocos símbolos luminosos que nos mancomunan a los búlgaros. Cada año, con la cabeza inclinada para rendirle homenaje, nos estamos preguntando si somos dignos de considerarnos herederos suyos. La repuesta nos la da el periodista Stefan Prodev en su ensayo “Lavski nos observa con una mirada silenciosa pero temible”. Vamos a recordar este ensayo:
Levski es el pilar más grandioso de la conciencia nacional en cuyas ascuas estamos ardiendo y renaciendo. Por esto que nadie espere misericordia por sus actos cuando se coloque ante él. ni los juramentos, ni el incienso serán capaces de salvarlo a uno si ha colocado a sí mismo por encima de la Patria. Cuando la política desnuda se empeña en proferir palabras entrañables, olvidándose de que Levski no es un estandarte sino una idea. Es una tempestad que purifica y que castiga. Numerosos escritores y pintores han tratado de retratarlo, de aprisionar sus dimensiones épicas, pero siempre ha habido algo que no conseguían recrear de su imagen. Esto es natural, ya que Levski no es simplemente un héroe, es el Héroe, es una emanación de nuestro espíritu. Muchos han alcanzado grandeza pero nadie ha conseguido la grandeza de él. Levski enseñaba a la nación a tener no sólo su dignidad interna, sino también a tener mesura y precisión consigno misma. En la época actual esto es indispensable. Las pasiones que pugnan por primar en nuestra vida deben sentir su lección y sometérsele, ya que de lo contrario se cansarán de tantas pugnas. A fin de cuentas, Bulgaria es una sola, y el desvelo de todos sólo puede ser uno: su seguridad, su tranquilidad, su verdadero hermanamiento. Cuando reflexionaba sobre ello, el revolucionario no se transformaba en un poliítico mezquinoAntes al contrario, cada uno de sus pasos, de sus actos apuntaba a la unión de la nación. Lo que Levski buscaba no era una venganza, sino amor y comprensión. Los hacendados no lo aceptaban pero él se aprovechaba de ellos. Por esto su posición nunca se transformaba en una oposición y tendía generosamente puentes entre las almas para lograr su meta. Su objetivo siempre era uno mismo: la emancipación del esclavo, la ilustración y la igualdad de derechos de este mismo esclavo. La pulcritud de las costumbres fue una meta que no ha perdido su vigencia hasta hoy en día. Hoy las ambiciones políticas nos están desuniendo, nos van arrastrando a batallas, van desollando la piel de la sociedad. Muchos son los que se creen ser detentores de la verdad única y que ésta es la única posible .Quienes quieran ser de utilidad deberán entender que el Héroe ha dicho todo lo que hoy ansiamos oír. Lo mismo en lo tocante a la democracia, que a la república, la libertad, la igualdad de derechos y aquellos lados oscuros de la vida que nos desunen. No debemos hacernos más complejos que él. Confiemos en sus ideas y su instinto que mueven nuestro espíritu. No fue otro sino él, Levski, quien nos enseñó a ser no sólo correligionarios, sino también apóstoles, a ser una sociedad antes que una masa de gentes. Nos enseñó a ser una Bulgaria difícil pero auténtica que no se devoraría a sí misma supeditada a tales o cuales intereses, sino que viviría por encima de ellos. Puede que nos dividamos en demócratas y antidemócratas, en inteligentes y tontos, en héroes y antihéroes, en útiles y dañinos, pero ¿será esto capaz de darnos la serenidad de que somos útiles en un momento de tensión suprema? No nos engañemos. Levski nos ha legado que la utilidad reside en la búsqueda común y única de la verdad y en abandonar mancomunados el desastre. Por encontrarse hoy la verdad y el desastre tan entrelazados como nunca antes no debemos convertirnos en víctimas de nuestras ambiciones personales, hemos de rechazar la hipocondría política que intenta apoderarse de nosotros. Seguro, si estuviera vivo, Levski nos hubiera señalado el camino hacia la curación, pero, como no está vivo, nuestra única oportunidad es la de aprender de él porque no fue otra persona sino él, Levski, quien nos sugirió que el tiempo está en nosotros, y, nosotros, en el tiempo. No consta si otro político búlgaro haya llegado a ser un visionario tan global, de semejante dialéctica de la razón en la que se funden en un todo único el hombre, la patria y el mundo. Centenares de miles de búlgaros volverán a rendir homenaje al Apóstol, para arrepentirse y pedir perdón y raciocinio. Levski es nuestro reservorio permanente del que nos cargamos con ideas y moral, con energía y voluntad. Es por esto que nuestra máxima felicitad es la de saber que a Levski lo llevamos en nuestras entrañas.
Versión en español por Mijail Mijailov
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