El partido de izquierda radical Syriza ha ganado inesperadamente las elecciones en Grecia y a Europa se le ha puesto la piel de gallina por las amenazas por parte del nuevo premier griego, Alexis Tsipras, de introducir un cambio político radical en nuestra vecina meridional. La victoria electoral de Syriza sin duda contribuirá al auge del movimiento de carácter político parecido, el Podemos de España, un país en que este año se celebrarán elecciones parlamentarias. El giro a la izquierda en ambos países en el flanco sur de la UE ha sido precedido por protestas de ciudadanos indignados por los recortes sociales, el desempleo inaguantable y la extorsión hipotecaria por parte de los bancos. Premisas que se dan en Bulgaria pero, para bien o para mal, difícilmente darán lugar a la aparición de un fenómeno de este carácter.
A primera vista, desde hace años vivimos en condiciones propicias para la aparición de una izquierda radical en Bulgaria: alta tasa del desempleo, sueldos míseros y pensiones aún más bajas, corrupción que prospera en todos los estratos de la sociedad y una economía estancada. Las reglas del juego en Grecia se determinan por el trío formado por la Unión Europea, el Banco Central Europeo y el Fondo Monetario Internacional, y en Bulgaria después de los cambios de 1989 fue impuesto el modelo económico neoliberal del FMI y el Banco Mundial. Sin embargo, la izquierda búlgara de momento se limita al Partido Socialista Búlgaro (PSB) y el movimiento ABV, que se ha separado del PSB y hoy en día es socio coalicionista del gobierno centro-derechista en Sofía, y el estridente partido populista Ataka. Hay que añadir que precisamente los socialistas introdujeron el ultra liberal impuesto llano y rebajaron el impuesto de sociedades al 10%, con lo que nuestro país se situó al lado de los exóticos paraísos fiscales. Además de los aumentos simbólicos de las pensiones y las ayudas por maternidad, la izquierda búlgara no ha conseguido nada más.
Sobre este telón de fondo en Bulgaria, que es unas cuantas veces más pobre que la aquejada Grecia, no se observa ni un germen de descontento que podría dar lugar a un nuevo partido del tipo de Syriza o Podemos. Tsipras ha ganado las elecciones con un programa utópico de conseguir una condonación significativa de la deuda, 300 mil nuevos puestos laborales, una 13ª pensión y defensa de los deudores con dificultades. Sin embargo, además de estas promesas populistas, el nuevo gobierno en Atenas tiene la oportunidad de parar el contrabando y la corrupción y mejorar la recaudación de impuestos, especialmente de los oligarcas. Esto es válido también para Bulgaria, pero en realidad no es objeto de políticas de izquierdas o derechas, sino de un poder judicial que funcione. Es más, desde los cambios de 1989 a esta parte las protestas masivas en Bulgaria se pueden contar con los dedos de una mano y tienen un éxito variable. Por lo visto, en Bulgaria ni la pobreza infinita, ni la evidente corrupción que frena el desarrollo económico y espiritual del país, son capaces de despertar el descontento de los ciudadanos que podría dar luz a una nueva formación política.
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