Uno de los grandes secretos que nos ha enseñado la vida es que para vivir bien, uno debe convertirse en puente hacia el bien, un puente que parta de uno mismo y llegue a los demás. En cuanto sintamos tierra firme bajo los pies, sabremos que marchamos por los puentes de la buena voluntad humana.
La buena obra es un acto surgido del corazón de uno y manifestado abiertamente. En esta materia no hace falta ningún apuntador. Tal vez sea hora de que nos miremos en los ojos y nos preguntemos ¿quiénes somos, dónde y cómo vivimos; de qué energías nos cargamos y cuál es la distancia que nos separa, cómo adquirir el necesario pase a la cordialidad de la convivencia humana?
En nuestra época los criterios de bien y mal se han diluido a tal punto que es difícil que alguien se anime a responder unívocamente a la pregunta qué significa ser una buena persona. Los mayores tal vez sientan mayor dificultad en responder, a diferencia de la niña Ana, de 10 años, que tiene una opinión clara y categórica a este respecto.
Un día de invierno, al caminar por la calle, Ana escuchó de pronto una melodía que le resultaba familiar. Era un músico callejero que tocaba el violín. Le llamó la atención un mendigo que, embelezado, escuchaba inmóvil al violinista. En cuanto éste terminó de tocar, el mendigo echó en la funda de su instrumento todas las monedas que había reunido durante el día en un vasito de plástico, y se marchó. Para Ani no cabe la menor duda de que aquel mendigo era un hombre bueno.
Hay otra historia más con un vasito de plástico. Es la del un anciano canoso, el centenario limosnero abuelo Dobri de la aldea de Bailovo, próxima a la capital Sofía, quien pidiendo limosna reunió 17.850 euros y los donó a la catedral de San Alejandro Nevski, de Sofía. Es el donante más generoso de la catedral patriarcal, y ha apoyado también a otros templos donándoles las dádivas reunidas en un vasito de plástico.
No podemos penetrar en los secretos de la vida en ausencia del bien y del mal. El mundo siempre ha existido y existirá bajo el signo de la lucha eterna entre ellos dos. Los búlgaros tenemos múltiples pruebas en este sentido. Cada día nos enteramos por los medios de comunicaciones de niños necesitados, o enfermos de gravedad, que esperan que les enviemos un SMS benéfico para que puedan reunir el dinero que les hace falta para una operación que les salvaría la vida.
Tenemos incluso una iniciativa de beneficencia nacional promovida por el presidente de la Nación. Se denomina Navidad Búlgara y su objetivo es recaudar fondos para el tratamiento de niños enfermos.
Aquí se nos viene a la memoria el relato de la joven Hermina, hija de un compañero de trabajo de Radio Nacional de Bulgaria, que algunos años atrás necesitaba ayuda para someterse a una operación que le salvaría la vida. Logró vencer la vil enfermedad y guarda hasta hoy la carta de un anciano desconocido que, con letra casi ilegible, le decía que le deseaba mucha salud y que lamentaba no poder mandarle más dinero que el último de que disponía y que ella encontraría en el sobre. Eran dos levas, equivalentes a un euro. Ese sobre y la solidaridad de miles de personas que se hicieron eco del llamado a ayudar a Hermina cuando ella estaba enferma la movieron a dedicarse, tras sanar, a practicar el bien y ayudar a los necesitados.
Al recordar estas historias nos preguntamos si la gente se volverá más bondadosa y más responsable para con la vida que el destino le ha obsequiado. ¿Persistirá la alegoría de Caín y Abel en la insensatez, los asesinatos y la envidia de la humanidad? ¿Encontrará ésta a su Moisés que la conduzca a la tierra prometida del espíritu en la que los hombres encontrarán la salvación? ¿Se volverán los ricos más preocupados por los demás y los pobres menos hambrientos? ¿Alcanzarán los necios la sabiduría? ¿Sabrán los sabios transformar su pensamiento en acción útil para todos los demás?
Es hora de que busquemos el acto o la persona que podamos identificar con el concepto de bondad humana. Sumidos en las preocupaciones del día a día, nos acordamos de la bondad cuando nos vemos en apuros, o con determinado motivo concreto. Cierto que en días festivos buscamos a alguien que esté a nuestro lado y de quien podamos confiar. Buscamos a la persona ante la que no cerraríamos la puerta con llave y con la que compartiríamos una botella de vino. No es muy seguro si, escondidos tras las cerraduras y los candados, poseídos por el miedo y las dudas, sabríamos decir con acierto quién es el malo y peligroso. Lo sabemos todo sobre los robos y los asesinatos, y casi nada de la persona bondadosa. Ésta no suele estar en el foco de las cámaras, no interesa a la prensa amarilla ni es personaje de las películas de taquilla. Es alguien que procura vivir de forma natural, ateniéndose a las normas de la Naturaleza, el Estado y la Moral.
La bondad es una forma de presencia en la sociedad. No se reduce a un gesto material: dar, apoyar, saciar al hambriento, arropar al sufrido. Es también sonreírle a alguien, alentarlo con la mirada. La bondad es desear que también el otro viva bien, reconocer su derecho a la existencia. Y si buscamos la bondad en la vida, debemos primero volver la mirada a nosotros mismos.
Mientras esperamos que en el Parlamento los grupos parlamentarios se pongan de acuerdo de una vez cuál de todos es el más preocupado por el bienestar, la seguridad y la tranquilidad del pueblo, y mientras esperamos del sistema de Justicia que por fin mande a los delincuentes al lugar que les corresponde, las personas comunes y corrientes seguimos preguntándonos: ¿Quién nos protegerá de nosotros mismos? ¿Quién salvará nuestras almas de la ruina? ¿Quién enseñará a nuestros hijos qué significa ser hombre bueno?
Podemos dar respuesta a estas interrogantes empezando por lo más simple: ser algo mejores y más bondadosos nosotros mismos. No de golpe y para con todos, sino de a poquito, despacito, paso a paso, sin prisa pero sin pausa. Podríamos empezar por lo más simple: sonreír a la vecina aunque nos haya fastidiado durante años; felicitar al compañero de trabajo por su éxito, no obstante lo pesado que es; invitar a un café a los parientes con los que llevamos años sin hablarnos…
No sonría usted con desconfianza… ¡Anímese! ¡Haga la prueba!
Versión en español por Raina Petkova
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