Los habitantes de un pequeño pueblo búlgaro en la parte occidental del país han echado fuera de la escuela local a nueve niños por ser… diferentes. Y para ser más precisos, porque los niños son hijos e hijas de refugiados de Afganistán. Este acontecimiento vergonzoso que ocurrió en el pueblo de Kalishte ha echado sombra al tradicional espíritu festivo, típico del 15 de septiembre cuando suele empezar el nuevo curso escolar en Bulgaria, y ha provocado una ola de comentarios, debates y preguntas: ¿Cómo es posible que esto ocurra en Bulgaria, un país que suele presumir de su proverbial tolerancia étnica? Desde hace miles de años aquí conviven pacíficamente búlgaros, romaníes, armenios, judíos. Al lado de las iglesias cristianas se pueden encontrar mezquitas y sinagogas. ¿Acaso de repente se nos ha hecho más estrecho el país, o es que más nos hemos convertido en mentes estrechas?
El alcalde, la directora de la escuela y los padres de los párvulos del pueblo de Kalishte han actuado de manera intolerante. Decían que los niños de los refugiados traían enfermedades y eran atrasados intelectualmente, por esto no había sitio para ellos en la escuela local. De hecho, lo que ha ocurrido en el pueblo de Kalishte, y unos meses antes en el pueblo de Rozovo, en la región de Kazanlak, es fruto de la ignorancia y la falta de medidas adecuadas por parte de las autoridades, los medios de comunicación y la sociedad en general, plantadas y cultivadas en los últimos años. Uno no nace tolerante, la tolerancia se inculca, y además en la más temprana edad. Precisamente éste es el mayor fracaso de las instituciones públicas, de las escuelas y las familias. El acontecimiento de esta semana es sólo la punta del iceberg.
La ola de inmigrantes de Siria y otros puntos conflictivos de Asia y África se esperaba, pero ha encontrado a Bulgaria completamente desprevenida. Ha resultado que la Agencia Estatal para los Refugiados no disponía ni de capacidad administrativa, ni de infraestructuras para alojar a las personas que buscan asilo. Nuestros políticos tampoco estaban preparados para afrontar el problema con los centros de acogida en las fronteras que se llenaban a toda velocidad, porque consideraron que no era necesario tratar este tema antes de llegar la ola de refugiados a nuestras fronteras. Por una costumbre vieja, cuando el tema no es interesante para los políticos, los medios de comunicación también pasan por alto. Ni hablar de los profesores: para ellos semejantes temas son demasiado alejados del proceso de enseñanza. Y los padres, sumidos en sus problemas del día a día, no ven la necesidad de hablar con sus hijos sobre los problemas de los demás. Entonces, ¿cómo provocar en nuestros hijos la curiosidad hacia los demás y, de ahí, el deseo de obtener nuevos conocimientos?
En este contexto, el conflicto en Kalishte era de esperar: después de largos años de menosprecio del problema ha llegado el momento en que la ola de refugiados simplemente ha irrumpido en el día a día de la gente. A nadie se le ocurrió hablar previamente con los vecinos de Kalishte e informarles que en la escuela del pueblo iban a ingresar párvulos de Afganistán. La gente local simplemente tenía que afrontar un hecho consumado. Vista así, la reacción hostil de los vecinos de Kalishte es explicable de alguna manera. Es una lástima que a la directora de la escuela local no se le ocurrió organizar una fiesta infantil con comida tradicional o una velada musical para que los niños puedan conocerse unos a otros. Esto con seguridad hubiera animado la vida del pueblo. En lugar de ello, nueve niños y sus familias fueron echados fuera. Esto es malo también para los párvulos búlgaros en Kalishte y en otros lugares de Bulgaria, ya que su curiosidad hacia la vida de los demás y su tolerancia hacia los distintos quizás no se despierten nunca.
Versión en español: Ruslana Valtcheva
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