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¿Cómo cambiamos? ¿Para bien o para mal?

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Foto: BGNES

¿Somos una nación descontenta y murmuradora como nos describen muchas clasificaciones mundiales? Los últimos datos de la Eurostat, publicados con motivo del 20 de marzo, Día Internacional de la Felicidad, no aportan nada nuevo al cuadro. La imagen de los búlgaros es la de los ciudadanos más descontentos de la vida y de más baja capacidad adquisitiva en los 28 países miembros de la UE. Nadie pone en tela de juicio la segunda afirmación pero es la baja autoestima un resultado de las dificultades y la falta de prosperidad material o es un chip que debemos cambiar ya, como nos había aconsejado un primer ministro hace tiempo.

“Nosotros, los búlgaros somos como los patos feos que no saben que son cisnes”. En estos términos, comprándonos con protagonistas del mundo de Andersen, la psicóloga Madlen Algafari trata de explicar nuestra baja autoestima como nación. ¿Solo las dificultades del día a día nos mueven a crear una imagen tan negativa de nosotros mismos?

“En los últimos años he viajado mucho, he trabajado con representantes de otros países y durante todo este tiempo no he dejado de pensar que no somos capaces de valorar lo que tenemos, lo que podemos hacer y lo que somos”, dice Madlen Algafari. A su juicio, la baja autoestima de los búlgaros se remonta a la Antigüedad.

“La historia búlgara está plagada de negativismo. Si volvemos atrás, a los horizontes tibetanos y nuestros ancestros, veremos que en sus cultos y creencias no hubo ningunos ritos para glorificar las buenas deidades, sino solo para apiadar a las malas. Nuestros ancestros vivieron en condiciones climáticas muy duras, su vida era muy difícil lo cual agudizó sus sentidos. Dicho figurativamente, ellos poseían una antena para lo malo. Tal vez desde entonces en nuestra sangre y en nuestras células se gestó la expectativa de algo malo y de hostilidad hacia nosotros”.

“Sin embargo, tenemos que recordar que somos resistentes, ingeniosos, generosos y podemos concebirnos a nosotros mismos con sentido del humor, algo que poseen pocas naciones en el mundo”, dice Madlen Algafari. A su juicio, ya es hora de darle la espalda a algunos rasgos tradicionales búlgaros y conservar otros que no valoramos mucho pero que inciden fuertemente en nuestro carácter nacional. Son pocas las personas que saben que en el folclore búlgaro es mayor el número de los dichos populares de carácter negativo en comparación con el de otros pueblos. Por ejemplo, es una mala señal que todo vaya demasiado bien.

En ningún caso se puede decir que la naturaleza de los búlgaros es ser pesimistas, murmuradores y descontentos, dice Margarita Bakracheva, del Instituto de  Investigación de la Población y el Hombre, adscrito a la Academia de Ciencias de Bulgaria.

“Sin lugar a dudas, hay rasgos del carácter de los búlgaros que son tradicionales, pero a causa del entorno en que vivimos y que no cambia sustancialmente y con gran rapidez, algunas cosas pueden escalar y adquirir una forma más palpable”.

”A través de los años hemos realizado estudios entre diferentes grupos de personas y hemos comprobado que los búlgaros son felices y descontentos. En esto no hay ninguna contradicción. En las respuestas que nos daban los participantes ellos medíaban su felicidad en términos como salud, amor, familia, amigos, sol y un amplio espectro de elementos. Los búlgaros logran ser felices y hacer diferencia entre la felicidad que es un estado interno lo que pueden cambiar por su cuenta. Afortunadamente, resulta que la naturaleza y las bellas cosas todavía conmueven al búlgaro. Sin embargo, la falta de satisfacción y de seguridad no nos permite pensar en los bellos momentos, sino que nos induce a reflexionar cómo sobreviviremos y cómo será el futuro que nos espera”.

Se nota un fuerte descenso de la motivación de los búlgaros y falta de esperanza, algo motivado por la falta de seguridad”, dice Margarita Bakracheva. “Cuando no hay seguridad y base en que apoyarse, con el andar de los años disminuye la esperanza y la fe de que algo puede cambiar. Esto hace que los búlgaros sean pasivos y los induce a concebir el mundo con resignación y vivir sin una visión para el porvenir, señala ella y agrega:

“Tal vez el optimismo radica en el hecho de que estamos entre las naciones que todavía han conservado las relaciones de buena amistad entre las personas. Por ejemplo, puedes llamar a alguien, quedar con él y verlo o sorprenderlo con una visita, es decir las relaciones personales son directas. Esto falta en las sociedades industriales”, concluye Margarita Bakracheva.

Versión en español por Hristina Taseva



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