El domingo por la tarde, después de la solemne celebración del Domingo de Ramos, la iglesia ortodoxa prepara a los creyentes para la Semana Santa con una de las misas que despiertan nuestro mayor arrepentimiento, denominada Viene el esposo y que se oficia tres tardes seguidas.
Es a través de estos cánticos que la iglesia recuerda las palabras de Jesucristo, quien advierte que el Hijo de Dos vendrá de repente y que los creyentes deben estar preparados para darle la bienvenida. “Estar despiertos significa tener la conciencia de que nuestra vida y cotidianidad no son algo que tiene poca importancia, sino un campo en que se libra la más importante lucha, la lucha por las almas humanas”, señala el padre Boris Borisov del templo capitalino Transfiguración de Jesucristo.
“En nuestro caso, la lucha que libramos es entre el bien y el mal y significa que debemos ser magnánimos, no fijarnos en los problemas cotidianos por los cuales cometemos todo tipo de pecados y que debemos tratar de acercarnos a Dios. Este es uno de los principales mensajes. El texto evangélico nos recuerda la parábola de las diez vírgenes, entre las cuales hubo cinco prudentes y cinco insensatas que no habían tomado aceite para sus lámparas. En aquella noche las vírgenes querían comprar aceite para sus lámparas, pero en vano, porque ya era tarde y el esposo ya había llegado”.
En la parábola las vírgenes son las almas y el aceite son las buenas obras. El mensaje que se dirige a los creyentes es que hagan buenas obras en vida diariamente porque el día del Juicio Final ya será tarde. Por esto en los días de la Semana Santa los creyentes son muy atentos tanto con respecto a sus obras, como en lo que se refiere a sus pensamientos, su comida es frugal, sin aceite, igual que al comienzo del periodo de la vigila. Así, purificando la mente y el cuerpo, los cristianos se preparan para la confesión y para la santa comunión.
El Sacramento de la Eucaristía fue establecido por Jesucristo antes de que fuera detenido: "Tomad y comed todos de él, porque este es mi cuerpo, que será entregado por vosotros", dice Jesucristo respecto al pan y después bendice el vino con las palabras: “Tomad y bebed todos de él, porque esta es mi sangre, sangre de la alianza nueva y eterna, que será derramada por vosotros y por muchos para el perdón de los pecados”.
Sin embargo, en estas palabras del Salvador no debemos buscar la simbología meramente humana:
“Cristo no dijo “este pan es mi cuerpo”, señala el padre Boris y explica: “Él dijo que este es su cuerpo siguiendo la analogía de que es un auténtico hombre y un Dios en plenitud. Esto es imposible según las leyes de la lógica, pero los cristianos creemos en esto y es lo que vemos en el Evangelio. De la misma manera el Sacramento de la Eucaristía es la vida de la Iglesia, la esencia de la vida litúrgica cristiana. El hecho de que Cristo la estableció justamente antes de su muerte en la cruz indica que era la manera sabia que eligió para nosotros, en su calidad de una persona pletórica que tiene alma y cuerpo y nos convirtió en copartícipes de su Pasión y muerte con la cual expió a toda la humanidad”.
En esto radica el sentido de la comunión a finales de la Semana Santa. Aceptando parte del cuerpo y de la sangre de Dios los cristianos se aproximan al salvador mediante la aceptación física de la Eucaristía. De este modo ellos no solo comunican con Dios, sino que se convierten en parte de él. Otro elemento importante de esta misa es el excepcional ejemplo de sumisión y entrega que nos dio Cristo cuando lavó los pies de sus alumnos. Con esto nos mostró cómo debemos servir a los prójimos.
Versión al español de Hristina Táseva
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