El domingo después de la Sexagésima es el último día en que todas las personas que deciden participar en el ayuno que antecede la Pascua de Resurrección consumen productos lácteos, pescado y huevos. Por esto el Domingo del Perdón, como se conoce este día en la tradición ortodoxa, antes de proceder a la plena privación de alimentos de origen animal, los creyentes olvidan los errores que cometieron los prójimos, perdonan a todos quienes les ofendieron y también piden perdón a los demás. Durante la misa vespertina que se oficia en los templos, los creyentes intercambian el llamado “beso fraternal” con las palabras “¡Perdonado estés! - ¡Perdona!” para entrar en los días de la Cuaresma con la conciencia purificada.
Los días de la Cuaresma los sacerdotes exhortan a los creyentes que recen más, que se arrepienten de sus pecados y que sean más humildes. Todo esto dará sus buenos frutos solo si perdonan a los demás de todo corazón. Para los devotos el perdón equivale al ilimitado amor de Jesucristo por el hombre.
Los verdaderos cristianos perdonan a los demás incluso cuando no se les haya pedido perdón porque el “amor lo perdona todo”. En su Epístola a los corintios el Apóstol Pablo dice que el amor no busca lo suyo y lo perdona todo porque es amor y el amor cristiano es generoso.
En el día a día, en que prevalece lo material y el egoísmo, no es fácil perdonar a las personas que ofenden conscientemente. Por esto los sacerdotes recomiendan a los creyentes que liberen sus almas de las ofensas y que pidan y den perdón, aunque esto sea solamente en sus pensamientos.
Según las sagradas escrituras cuando Dios nos perdona el alma renace y se transforma. La propia iglesia recuerda en este día la expulsión de Adán y Eva del Paraíso y su privación de los bines divinos para mostrar qué perjudicial y nocivo es desobedecer a Dios.
A pesar de esto Dios mostró su amor cuando sacrificó a su único hijo sin que éste tuviera algún pecado. Jesucristo nos dio un ejemplo cuando perdonó a sus torturadores y asesinos, mientras sufría en la cruz. Son múltiples los ejemplos en las hagiografías de los santos en las que vemos que ellos rezan pos sus torturadores. Por esto se considera que el cristianismo es una religión del perdón.
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