En el año 1762 el propio Paisio instó a sus lectores que copiaran la obra o que pagaran a alguien para que se la copiara y que la guardaran bien para no desaparecer. Se han conservado hasta hoy en día más de 70 copias de este pequeño libro revolucionario que se transmitía de mano a mano después de que fuera escrito hace 260 años en el Monasterio de Zografou (en el Monte Athos, en Grecia) y con el cual fueron echados los cimientos del Renacimiento Nacional Búlgaro (ss. XVIII a XIX).
En su introducción barroca el autor objeta la antigua idea de que Dios lo ha predeterminado todo y reorienta la justificación de que todo en la vida es vanidad y que el destino está sometido a las vicisitudes, con la idea optimista de que lo malo no dura eternamente y que los pueblos que sufren injustamente, como el pueblo búlgaro, pueden tener un destino mucho mejor.
San Paisio viajó mucho por las tierras búlgaras y lo cual conocía muy bien a sus lectores que eran “las personas que labraban la tierra, los pastores y los artesanos que estaban fieles a su idioma y a su pueblo”. Como historiador Paisio evoca los tiempos bíblicos y cuenta de 33 soberanos búlgaros destacando a 13 de ellos. Este es un panteón sobre la base del cual hasta hoy en día los manuales búlgaros exponen la historia medieval de Bulgaria.
Paísio señalaba en las páginas de su libro que los búlgaros eran los más fuertes y los más respetados entre los pueblos eslavos y de sus filas salieron los primeros santos eslavos, insuflando de este modo esperanza a un pueblo que desde hacía siglos vivía bajo el yugo de un pueblo extranjero.
San Paisio se opuso rotúndamente a los intentos, que se hacían también entonces, de infravalorar el carácter búlgaro de la magna obra de la creación y la consolidación de la escritura y cultura medieval búlgara, atribuyéndoseles una imagen impersonal “eslava”.
Paísio defendió la tesis de que la fe cristiana tenía un papel clave en la salvación de los búlgaros de la esclavitud, alegando como ejemplo una breve descripción de la vida de los nuevos santos búlgaros de la época del yugo otomano como san Pimen de Zograf, los santos búlgaros Demetrio y Nicolás, así como a san Ángel de Florina.
El historiador dirige un mensaje político a sus compatriotas destacando que los búlgaros eran valientes, que tenían grandes soberanos y un Estado en pie de igualdad con el resto de los Estados europeos. Sin embargo, a causa de sus discordias en la vida y en las guerras con los serbios y los griegos, Dios los castigó y privó de libertad a todos estos pueblos. El monje recuerda a los búlgaros que Dios es misericordioso y si ellos permanecen firmes en la ética cristiana y logran el acuerdo entre sí, si comienzan a educarse y trabajar, entonces Dios les devolverá la libertad y restaurará el Estado búlgaro.
Precisamente por esta profecía, que fue lograda con mayor o menor éxito durante el Renacimiento Nacional Búlgaro, debemos venerar a Paísio no solo como un santo, sino como un profeta nacional y defensor de la ética ortodoxa.
En su libro Tiempos de conjura, del año 2005, el autor Kolyo Ánguelov cuenta una leyenda que también confirma la profecía de san Paísio. Cuando el gran reformador otomano Ahmet Sefik Mithat Bajá se preparaba para encabezar el Valiato del Danubio, tuvo que pernoctar en la ciudad de Shumen. En la madrugada le despertó el ruido de los martillos de los artesanos que trabajaban el hierro. Cuando el bajá preguntó quién hacía tanto ruido, le respondieron que eran los obreros búlgaros que iniciaban su trabajo.
“Entonces, ¿cuándo comienzan a trabajar los turcos?”, preguntó Mithat bajá. Le respondieron que los turcos no practicaban ningunos oficios. El joven reformador turco no respondió más que: “Nuestro yugo sobre los búlgaros no durará mucho”.
Versión al español de Hristina Táseva
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