María Krúmova es una de los pocos búlgaros que se trasladó a Gran Bretaña siguiendo su amor, y no en busca de una vida mejor como emigrante. Después de los dos años que pasó allí ya siente un gran apego por varias cosas: por los bellos jardines perfectamente mantenidos en las haciendas aristocráticas, por los ingleses que se desvelan por la naturaleza que los rodea y por la flauta pastoril búlgara, kaval.
A pesar llevar poco tiempo viviendo en Gran Bretaña, María Krúmova ya se siente un miembro de pleno derecho de la aldea de Aylesbury. Pasó su primer año allí en confinamiento, a causa de la pandemia, pero ahora aprovecha el tiempo a pleno ritmo.
“En realidad, tuve la posibilidad de conocer mejor a mis aldeanos hace poco tiempo, cuenta María. Gracias a los paseos que doy con el perro tengo la suerte de encontrarme con un gran número de personas: nativos de África del Sur, búlgaros y británicos. Esta bella aldea se encuentra entre Oxford y Londres, por lo cual visito ambas ciudades para frecuentar clases de bailes folclóricos búlgaros y reunirme con amigos.
Antes de emigrar, María se dedicaba al desarrollo de estrategias y diseño de branding y, según dice, no abandonó esta ocupación en su nueva patria. En la época en que se impusieron las más rigurosas restricciones a causa de la pandemia, María comenzó a estudiar diseño de jardines en la National Design Academy, porque uno de sus hobbies es la jardinería y porque lo más bello que vio eran los jardines. Hoy ya es una profesional de diseño de jardín a jornada completa en fincas de británicos acaudalados.
“Llevo ocho años viviendo en el campo, pero en Bulgaria cultivaba principalmente hortalizas y las flores no me interesaban tanto, recuerda María. Ahora adoro las flores y es un gran placer para mí crear arte con éstos y observar cómo se combinan sus colores cuando florecen. Me siento muy impaciente y espero la llegada de la primavera para ver el resultado del trabajo que realicé en las semanas pasadas”.
Mientras vivía en Bulgaria, María se desempeñaba como voluntaria en organizaciones ecologistas y recorría el país con una cámara fotográfica, tomando fotos de las barbaridades cometidas contra la naturaleza. A pesar de esto dice que no es de las personas que dirían: “En Bulgaria todo anda mal, en Gran Bretaña todo es perfecto”.
“La gran diferencia no radica en las personas que viven en Bulgaria y Gran Bretaña, sino en la comunidad que aquí es muy fuerte, dice María. Hace unos días presencié una reunión en el Ayuntamiento en la cual fue debatida la intención de plantar un huerto de árboles frutales en un lugar salvaje. Unas cien personas se opusieron a la idea manifestando que no se deben erradicar los árboles y los arbustos porque son hábitat para un gran número de animales. Otro ejemplo impresionante es la construcción del nuevo ferrocarril que pasa cerca de nuestra aldea. Un grupo de activistas ambientales pasó 30 días en el pozo que se había excavado como forma de protesta para no ser trasladada al lugar la maquinaria pesada”.
Para vivir en armonía consigo misma y con el mundo que la rodea, María Krúmova busca el equilibrio que para ella significa estar al servicio de la comunidad y de sus familiares. Además, se desempeña como voluntaria en National wildlife trust. “Aunque uno paga sus impuestos nadie está obligado a limpiar la calle por él. Cada persona debe hacerlo si se respeta a sí misma”, señala María. Tocando la flauta pastoril búlgara kaval, María encuentra el equilibrio entre la mente despierta y el alma en sosiego. Conoció a su primer profesor de este instrumento musical típico búlgaro en la ciudad de Smolan, antes de emprender el camino hacia su nueva vida. No se le olvidó llevar consigo el kaval para poder tocar folclore búlgaro “para sí misma y para el bosque”.
Adaptado por Diana Tsankova a base de una entrevista de Ina Nikólova de la emisora regional de Radio Nacional de Bulgaria en Stara Zagora
Versión al español de Hristina Táseva
Fotos: archivo personal
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