Elena Adámova es una artista plástica de San Petersburgo para quien la pintura de iconos es la esencia de su camino espiritual. La trajo a Bulgaria el amor por un búlgaro, convertido en su esposo hace 41 años. Empezó a pintar iconos a inicios de los 80, inicialmente para sus amigos, para dedicarse profesionalmente a ello una década más tarde. Lo que más la atrajo fueron los frescos y la restauración de iglesias y capillas. “Esto es probablemente una misión encomendada, o mi destino: hacer algo al mismo tiempo para las personas y para los cielos, y sobre todo, para el alma". Reserva su tiempo libre para los iconos que pinta sobre piezas de madera quedadas de los viejos altares de los templos restaurados.
Fue el destino el que la condujo hasta el pueblo de Balsha, en la región de Sofía, al pie de la cordillera de los Balcanes, cuando buscaba un lugar para vivir. La gente del pueblo la contrató para pintar su iglesia de Santa Parascheva, construida en 1920 junto a otro templo anterior que se supone data de la Edad Media. Como el revoque se estaba cayendo a pedazos, ella, con sus propios medios y con trabajo voluntario resanó y revocó las paredes antes de pintar las efigies de los santos y escenas del Evangelio.
“Los medios no alcanzan para toda la iglesia y para poder terminarla sería bueno encontrar a patrocinadores −indica Elena Adámova– . Espero que hallemos a buenas personas que presten su ayuda para que esta actividad sea llevada a buen fin. Este es un lugar bienhechor y mi alma no lo ha elegido para la comodidad del cuerpo. Aquí en el patio hay otro templo, también consagrado a santa *Petka. Vinieron arqueólogos y dijeron que los cimientos son aún más viejos. El pavimento es de un mosaico que existe solamente en otras dos iglesias de Bulgaria. Para conservarlo como un monumento de la cultura fue recubierto por un toldo ya en tiempos de **Ludmila Zhívkova. El lugar es realmente poco común, conserva un espíritu de santidad y la gente no deja de sentirlo.”
Elena se aloja en la pequeña edificación junto al templo nuevo, donde probablemente vivía el sacerdote que oficiaba antes en él. Cuando no se ocupa de la restauración, ella planta flores y arbustos en el espacio adyacente, convirtiéndolo en un pequeño jardín. Cuenta también con unos guardianes: un perro y dos gatos que han encontrado cobijo y protección en el patio de la iglesia.
“He echado el ancla y ya no me muevo de aquí −sonríe la pintora− . Espero concluir la restauración, contando con santa Petka a mi lado. Fue ella quien me trajo aquí y son diez años que sigo en este lugar porque tengo que llevar a buen término lo iniciado. ¡Quiero ayudar de todo corazón! La gente del lugar también procura hacer lo que pueda, pero es pobre y no tiene muchas posibilidades. Reunieron una modesta suma, pero es insuficiente para acondicionar el suelo y la cúpula. Este año la concesión de medios es muy difícil, por las elecciones y porque el gobierno que tenemos es provisional. Esperamos que el próximo nos vaya mejor. Muy raras veces hay donaciones de otros lugares del país. Para donar hay que haber estado aquí, ver de qué se trata y sentirlo con el alma.”
Hoy, aun sin terminar, la iglesia de Santa Parascheva recibe a fieles de la zona en el día de su fiesta patronal. “¡Quiera Dios que se abran también sus puertas para que sigan con buen pie las labores de acabado!, expresa su plegaria Elena Adámova.
*Santa Petka es el otro nombre de santa Parascheva
**Ludmila Zhívkova − ministra de Cultura en la década de los 70 e hija del que fuera a la sazón el primer hombre del Estado, Tódor Zhivkov
Versión en español de María Páchkova
Fotos: Darina Grigórova
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