El Día Internacional del Traductor e Intérprete es un buen motivo para recordar a algunos de estos porfiados trabajadores de la cultura que desde tiempos inmemoriales se esfuerzan por hacer llegar a sus compatriotas escritos y relatos de otros pueblos. Y por qué no a estAs trabajadorAs que, siempre con los ojos bien abiertos al mundo, buscan igualarse e incluso adelantarse a los hombres en conocimientos y participación en la vida cultural de sus comunidades y países.
El Renacimiento Nacional llegó para los búlgaros bastante más tarde que para otros pueblos, por una serie de razones históricas. Encontrándose desde siglos bajo el dominio del Imperio Otomano, los búlgaros empezaron su despertar en el s. XVIII y sobre todo XIX. En ese período alcanzó un gran impulso la lucha por una escuela búlgara hasta entonces prácticamente inexistente en el marco del Imperio. No solamente los varones, también las muchachas querían aprender, para luego entregarse a la labor de educadoras.
Una de esas jóvenes fue Stanka Nikólitsa Spaso−Elenina. A finales de la década de los 50 del s. XIX se graduó por la Escuela Femenina de Razgrad, ciudad de la actual Bulgaria del Noreste, aprendió serbio y probablemente ruso, conociendo obras de famosos autores extranjeros. Impresionada por las ideas novedosas acerca de la mujer, expuestas en una obra del serbio Obrádovich, Stanka Nikolitsa decidió traducirla, publicándola en 1853 en Belgrado y sumando al original un texto de su autoría en que expresa sus reflexiones sobre la situación de la mujer búlgara y su educación. Antes que nada se congratula por los éxitos logrados por la educación femenina que, dice, abarca prácticamente todo el país. Carecían sin embargo las mujeres de manuales de todo tipo para usarlos en clase, pero también de otros libros, para leer, fuera de la escuela o terminada ésta. Y aconsejaba Stanka Nikólitsa a las mujeres búlgaras tomar la pluma y empezar a escribir, cada una según sus posibilidades, como lo hizo ella misma.
Pero no sólo el libro de esta animosa mujer estuvo presente durante mucho tiempo en las aulas femeninas de las escuelas búlgaras, contribuyendo a que la mujer no fuera ya vista como una esclava en casa, sino como madre educadora de sus hijos y compañera. La propia Stanka Nikólítsa, crecida en un ambiente patriarcal, fuertemente influenciada en sus ideas y desarrollo por un maestro, que posteriormente sería su esposo, se dedica a la enseñanza a lo largo de décadas. (Una expresión curiosa de su deseo de emancipación es la forma en que elige llamarse, sumando a su nombre propio Stanka, el de su esposo, Nikola, pero manteniendo también los de sus padres Spas y Elena que la criaron y educaron. Es éste un paso que ninguna mujer búlgara se había atrevido a dar hasta aquel momento.)
Fue en un ambiente bastante distinto que nació Elena Múteva, cuyo nombre brilla en la etapa de las letras búlgaras anteriores a la liberación nacional, acaecida en 1878. Mujer de sólida formación que se codeaba con la élite cultural de su tiempo, fue también la primera poetisa y folclorista búlgara. Fue integrante del círculo intelectual de Odesa (ciudad rusa del mar Negro), donde su familia fijó su residencia, abandonando su Kalófer natal debido a las frecuentes incursiones de bandidos musulmanes.
El dominio de la lengua rusa animó a Elena a traducir al búlgaro la novela Raina, princesa búlgara de Alexánder Veltman, que salió en Petersburgo (Rusia) en 1852. La joven traductora seleccionó aquellos elementos de la lengua literaria búlgara, todavía en formación, que más cerca se encuentran del lenguaje popular. Por su contenido, relacionado con la historia de Bulgaria, la obra despertó sentimientos patrióticos y se convirtió en uno de los libros preferidos de los lectores búlgaros de la época.
Elena Múteva se disponía a hacer también otras traducciones, pero la tuberculosis, flagelo de toda su familia, puso muy pronto fin a su vida.
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