La mujer búlgara siempre ha sido conocida por su laboriosidad, su habilidad y su sentido de la belleza. Y donde mejor se representan todas estas cualidades es en el traje tradicional búlgaro, sobre todo en el de mujer. Las mujeres tejen ellas mismas las telas para confeccionar las prendas, las decoran con bordados a base de hilos teñidos a mano, no sólo poniendo en ello su visión, sino también conservando y transmitiendo a las siguientes generaciones los motivos antiguos. Según el traje se puede determinar de qué región etnográfica procede cada mujer, de qué familia es y muchas cosas más. Pero tras la Liberación de Bulgaria en 1878 hubo cambios significativos en los trajes de las mujeres búlgaras. Habla de ellos la etnóloga Eli Gutseva:
Hasta la Liberación, la mujer búlgara mantuvo su traje tradicional principalmente en los pueblos. Estaba compuesto por una blusa y una prenda abierta por delante llamada “sayá”, o un “sukman” de cuerpo entero (un tipo de vestido sin mangas). La blusa estaba ricamente bordada, y el pañuelo era un elemento importante en el traje de las mujeres casadas. El traje incluía también accesorios: calcetines, delantal, faja, cinturón y los ornamentos correspondientes que lucía la mujer, dependiendo de su situación social y familiar, si estaba casada o no.
Las principales diferencias se observan en el entorno urbano. Ahí, incluso antes de la Liberación, se introdujeron nuevos elementos en los trajes: de Estambul en la zona sur de Bulgaria y de Viena en el norte, y en el área de Sofía. Estos cambios modificaron la estructura del traje femenino en el país. No en último lugar, hay que considerar también los desplazamientos de las búlgaras de ciudad más adineradas, que viajaban a ciudades como Viena, París y otras capitales europeas de la moda de la época. Porque en las familias pudientes lucir ropa relacionada con la moda europea era cuestión de prestigio. En los pueblos los cambios iban mucho más despacio, y estaban relacionados principalmente de la decoración de las prendas.
El bordado, que era laborioso y que tuvo mucho simbolismo durante todo el Renacimiento, empezó a desparecer poco a poco. En su lugar apareció el encaje en las faldas y en las mangas de las blusas. La blusa se acorta y se convierte en una prenda interior, y la parte superior del traje pasa a ser algo más simple, similar al vestido. En los pueblos sigue habiendo ornamentos con su simbolismo, pero ya menos decorados con metales caros, señala las principales diferencias Eli Gutseva.
Poco a poco fue desapareciendo también el pañuelo de la cabeza, una señal distintiva de la mujer casada que tapaba completamente el pelo o dejaba sólo una parte del mismo visible.
El pañuelo tenía principalmente una función ritual en algunas tradiciones: el “lazaruvane”, esponsales y rituales nupciales, explica Eli Gutseva. En las ciudades empezaron a introducirse los sombreros; hubo un período en el que eran ampliamente utilizados y tenían formas extremadamente variadas y exuberantes. Pero las cosas cambiaron radicalmente en los años 20 y 30.
Y hubo otro cambio notable relacionado con los tejidos y los colores. ¿Qué cambió a finales del siglo XIX, antes y después de la Liberación, y a principios del siglo XX?
La tendencia en los materiales y los colores de las prendas siempre ha ido de lo simple, es decir, de lo más común en la naturaleza, a su coloración. La mujer búlgara llevaba blusas blancas de algodón o cáñamo, y más adelante, en regiones más ricas, blusas con mangas de seda. Llegó un momento en el que las prendas se confeccionaban con telas compradas, ya no cosidas a mano. El teñido de las telas era también parte de la vida de las búlgaras. Utilizaban muchos tintes vegetales, y era típico teñir las telas rojas con tinte procedente de oniscídeos, unos insectos conocidos coloquialmente como cochinillas o “bichos bola”. A finales del siglo XIX y a principios del XX, sin embargo, aparecieron artesanías especializadas relacionadas con la confección de diversas partes de los trajes tradicionales de la mujer búlgara. Se utilizaba cada vez más materia prima prefabricada y el tejido a mano era cosa de los pueblos. Todo esto transcurrió de forma paralela a la industrialización, especialmente en las ciudades, donde la mujer no tenía tiempo de sentarse a tejer la tela para su ropa.
Así, paso a paso, los trajes tradicionales de las mujeres fueron cambiando inexorablemente tras la Liberación, convirtiéndose de forma gradual en la ropa urbana moderna de tipo europeo.
Versión en español por Marta Ros
Fotos: Desislava Semkovska
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