Una exposición narrativa sobre los seculares bosques búlgaros y los animales que los habitan revela la belleza natural del territorio búlgaro, un mundo que, sin embargo, podría desaparecer. En medio de las protestas de los ecologistas contra la decisión del Gobierno de cambiar el plan del Parque Nacional “Pirin”, zoólogos, floristas e ilustradores científicos plantean una causa social a través del arte: salvar a los animales salvajes y sus hábitats, y convertirlos en algo valioso para todos nosotros.
Los bosques antiguos se enfrentan a un desafío, los intereses económicos van en contra de la conservación de la naturaleza, y me sorprende que en el siglo XXI estemos volviendo a la época neandertal, en la que se creía que la Naturaleza había sido creada para estar al servicio nuestro. Con estas palabras el Prof. Nikolay Spasov, director del Museo Nacional de Historia Natural, ha inaugurado la exposición en las salas del museo, añadiendo que además de belleza, en ellos también hay ansiedad. El mensaje, sin embargo, es claro: el bosque silvestre debe sobrevivir, afirma.
Enormes carteles con árboles talados reciben a los visitantes de la exposición pero la sensación de Apocalipsis se disuelve en la calidez que emana de las imágenes de animales y plantas, pájaros e insectos: especies conocidas, pero también criaturas desconocidas del mundo forestal.
17 artistas, unidos en la Sociedad de Animalistas, Floristas e Ilustradores Científicos (DAFNI) presentan en acuarelas, gráficos y óleos su percepción de la naturaleza.
Decidimos que podíamos crear una pequeña sociedad para llamar la atención sobre este tipo de arte, así como sobre los problemas urgentes de conservación de la naturaleza –explica la artista Denitsa Péneva– . Nuestro trabajo está relacionado con la naturaleza silvestre, y es natural que deseemos protegerla. Por supuesto, al principio nos sentimos atraídos por su belleza sin par pero después los problemas de los ecologistas pasaron a ser también una causa nuestra, ya que todo está relacionado. Nuestra causa más reciente es Pirin; no estamos en contra del desarrollo del turismo pero no nos gusta en lo que se ha convertido la ciudad de Bansko y no queremos un futuro así para el esquí en Bulgaria y para hábitats tan importantes como un parque nacional.
Según el zoólogo Asén Ignatov, uno de los objetivos de la exposición es educar a la gente en la sensibilidad hacia los bosques centenarios en cualquier actividad humana. Si una sola de las especies que los habitan desapareciera se alteraría el equilibrio y podría desaparecer el bosque entero, explica. En Bulgaria hay pocos bosques antiguos: en Rila, Pirin, la porción Occidental de la montaña Ródope, la porción Central de la cordillera del Balcán y la motaña Strandzha, pero en ellos no hay control y la gente entra con coches y todoterrenos, y tala, caza furtivamente, arranca plantas protegidas… Y ahora es evidente que también les llegará el turno a los árboles centenarios del Pirin, añade Asén Ignatov. En Pirin hace ya años que no debían haberse hecho talas ni remontes. Con la primera telecabina se infringieron las leyes, y ahora incluso quieren aumentar su tamaño o hacer una más. Pero sabemos lo que sucedió cuando, a pesar de las prohibiciones, se talaron numerosos árboles antiguos: la primavera siguiente la Naturaleza se vengó de Bansko con gran destrucción y terribles inundaciones, recuerda el zoólogo.
La presión que sufren las organizaciones ambientales y la sociedad civil se recrudece –dice, a su vez, Gueorgui Pchelarov, presidente de DAFNI– . De forma descarada e indiscriminada, bajo falsos pretextos, se van quebrantando leyes. Se atenta contra los parques naturales, manos codiciosas se extienden hacia los bosques centenarios. Los últimos restos de la Magna Silva Bulgarorum, el gran bosque de los búlgaros, se encuentran en peligro, y nuestra exposición es un intento de mostrar lo que perderemos si continúa esta locura. Porque tras las motosierras y los bosques talados llegan inundaciones, corrimientos de tierra fangosa y hormigón, llega la oscuridad.
Versión en español por Marta Ros
Fotos: Diana Tsankova
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