La UE ha amenazado a los países miembros de Europa Central y del Este que podrá reducir o directamente frenar los subsidios a esos países al producirse violaciones del principio de la supremacía de la ley. Bulgaria también forma parte de este grupo de países y, para colmo, es uno de los países más vulnerables a las eventuales sanciones monetarias aplicables por Bruselas. Dos son las razones básicas por esta especial sensibilidad de Sofía ante el palo que está blandiendo la CE.
Bulgaria es, quizás, el país más fuertemente criticado y reprochado de la UE. Se le achacan todos los pecados en el mundo y no hay esfera de la realidad económica y social que no esté sometida a críticas sumamente violentas y constantes, y ya bastante frecuentemente, nada constructivas. Uno de los terrenos esenciales en la mirilla de Bruselas es el de la Justicia y su funcionamiento ineficiente. O sea, se trata justamente de la supremacía de la ley. Desde su adhesión misma a la UE, hace 10 años, a Bulgaria le fue impuesto un sistema de Monitoreo y Control en la esfera de la Justicia y el Interior. Lo del monitoreo es un eufemismo tras el cual se esconde una vigilancia permanente detenidísima y un análisis de lo que está ocurriendo. Una vez al año ve la luz un informe sobre los resultados de este monitoreo y se formulan recomendaciones a Sofía sobre lo que el país deberá hacer en el período hasta el informe subsiguiente.
Hasta no hace mucho, Sofía acogía bastante dolorida las andanadas de críticas en estos informes pero, al parecer, ya se ha acostumbrado y sólo se manifiesta conforme con las constataciones y los reproches por la falta de reformas y hace lo que quieran los gobernantes en el momento determinado. Si las críticas sólo se expresaran a nivel verbal, las cosas no serían de temer. Desgraciadamente para las autoridades en Sofía, las críticas por la falta de progreso en el mejoramiento del orden judicial y de la seguridad interna, y las constataciones de que la supremacía de la ley no acaba siendo un hecho en Bulgaria, presentan dimensiones bastante reales. Una de éstas es la no admisión de Bulgaria al espacio Schengen, algo que no sólo ofende a Sofía −convencida de haber cumplido todos los requisitos− sino que estorba a los turistas búlgaros cada vez más numerosos en los países de la zona Schengen. La otra esfera dolorida para Sofía es el acceso del país al mecanismo ERM II, o sea, su admisión a la antesala de la Eurozona y la adopción del euro por moneda nacional. También en este sentido, los gobernantes en Sofía creen haber hecho todo lo exigido para acceder al purgatorio del Euro pero que no se les invita ni se les deja entrar por consideraciones políticas.
Hay que reconocer que esto también es cierto y se debe nuevamente a la ya mencionada inexistencia de una supremacía de la ley.
Ahora a todo lo anterior se suma también la amenaza de una suspensión de los subsidios europeos. Es una medida muy In Extremis, estiman los observadores y es escasamente probable que se llegue algún día a su aplicación con respecto a determinado país miembro de la UE. Se trata más bien de una amenaza lanzada, sobre todo, contra Polonia y Hungría, países ambos que promueven una política interna bastante independiente, algo que no deja de irritar a Bruselas.
En el caso de Bulgaria no se trata de un tipo inédito de políticas y medidas, este país es simplemente la “oveja negra” de la UE, amenazada en todos los frentes por críticas y desaprobación. En medio de esta situación, Sofía no tiene manera de no sentirse como una víctima en potencia de las nuevas sanciones de Bruselas.
Esto resultará extraordinariamente doloroso para Bulgaria, país de la UE, probablemente el más dependiente de los subsidios de Bruselas. Sólo en 2016 el 90 % de las inversiones públicas en infraestructura han sido financiados con dinero de la Europa unida. Sofía ha recibido hasta ahora de Bruselas más de 10 mil millones de euros, es decir, equivalentes casi a un 3 % del PIB. Es mucho dinero para las arcas eternamente vacías del Gobierno en Sofía. Otros 10 mil millones deberán llegar a Bulgaria en el actual período programado hasta el año 2020. Gracias a los subsidios europeos, la capital de Bulgaria dispone de un metro estupendo, se han construido centenares de kilómetros de autopistas, prosiguen las mejoras en la ecología, gran número de aldeas han sido modernizadas y semejan hermosos paisajes provinciales, numerosos granjeros han obtenido bastante dinero procedente de los fondos europeos. La merma o suspensión eventuales de la financiación europea sería un auténtico desastre para todo el país y hasta los búlgaros comunes y corrientes se resentirían directamente por la falta de dinero.
En principio, el búlgaro, por una serie de razones históricas, conserva en su cultura un desprecio y una desobediencia ante la ley que, a su juicio, está al servicio exclusivo de los gobernantes y los intereses de éstos. Este comportamiento y esta postura cambian de manera ardua y lenta y, además, las autoridades no hacen esfuerzos especiales por lograr este cambio. Hay también otra cosa, característica para el búlgaro y es que éste siente el mayor dolor cuando alguien trata de sustraerle dinero del bolsillo. Y es esto precisamente lo que Bruselas se propone hacer. Ello, evidentemente hará que los búlgaros se sobresalten, comiencen a reflexionar y se pongan a actuar para que en este país exista efectivamente una supremacía de la ley.
Versión en español por Mijail Mijailov
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