En el folklore búlgaro el día dedicado a San Andrés tiene varios nombres: Andréevden, Andréyuvden, Andreya o Dréyovden. Este día forma parte de las festividades relacionadas con la tarea de asegurar la fertilidad y su protección durante el año que está por venir. El rito más popular que se practica es el de arrojar hacia el aire maíz cocido y otras legumbres, pronunciando al mismo tiempo deseos.
La festividad de San Andrés se celebra siempre el 30 de noviembre, día reservado por la Iglesia Cristiana Ortodoxa para venerar la memoria del Santo Apóstol Andrés Protocletos, del griego “El Primer Llamado”, ya que fue el primero de los apóstoles en seguir a Jesucristo.
Comparada con los textos eclesiásticos, la imagen del Santo Apóstol Andrés tiene en la noción popular características bien diferentes. Sin embargo, se pueden encontrar algunas similitudes con hechos de su hagiografia. Por ejemplo, en la zona del litoral meridional búlgaro del mar Negro, San Andrés es venerado en la misma medida que San Nicolás como patrono de las borrascas del mar –probablemente porque había sido pescador– , mientras que en el suroeste de Bulgaria dicen que San Andrés es el padre de San Nicolás.
Según las creencias, el Día de San Andrés las jornadas comienzan a aumentar con el tamaño de un grano de mijo, por eso en algunas poblaciones a la festividad se le llama Edréy o Édrevden; el nombre deriva del vocablo búlgaro edreya que significa “engrosar, crecer”.
Las leguminosas son parte integral de la festividad. Incluso hoy en día muchas familias observan la tradición de comer en este día maíz, trigo, frijoles, lentejas, escanda, guisante, cebada y otras legumbres cocidas. Curiosamente, el “papel protagónico” le corresponde al maíz, que fue traído a Europa a finales del siglo XV e inicios del XVI. El maíz es uno de los cultivos más comunes en Bulgaria y va desplazando poco a poco el mijo como alimento para personas y animales domésticos. Del maíz se hace pan que la gente sigue llamando sin embargo prosenik, es decir, “pan de mijo” en búlgaro. Y otro detalle interesante: según el etnógrafo búlgaro Dimítar Marinov, el pan de maíz no se inciensa ni se lleva a la iglesia.
En la víspera del Día de San Andrés, el ama de la casa remojaba en agua granos de maíz. Muy de madrugada los ponía en una olla de barro nueva junto con unos cuantos granos de todo lo que se siembra en el campo y el huerto. En algunos lugares del país, en virtud de las costumbres locales agregaban pepitas de calabaza, así como también ciruelas y peras. Cuando los granos cocidos estaban en su punto, cada miembro de la familia tiraba un puñado de ellos hacia arriba en la chimenea y formulaba votos de que haya abundancia de todo y que los cultivos crezcan altos.
En el concepto popular el engrosamiento de los granos durante la cocción se asocia al aumento del grosor de los cultivos útiles, y también al engrosamiento de las jóvenes desposadas y a la fertilidad en general. En el Día de San Andrés las recién casadas no trabajan para que “se llenen” también ellas durante el año, es decir, para que queden embarazadas.
El rito de tirar semillas a la chimenea es, además, un acto de sacrificio. Se consideraba que de tal manera simbólicamente se alimentaba a los osos y éstos no destruirían los cultivos, especialmente el maíz. Eso venía de la vida real; los sembrados en proximidad o limítrofes con un bosque eran devastados constantemente por los depredadores.
El Día de San Andrés se solían pronunciar las siguientes palabras: “¡Toma, oso, maíz cocido, para que no lo comas crudo!” o “Para ti, oso, maíz, y para nosotros, vida y salud!” El oso está presente, asimismo, en las leyendas sobre San Andrés. En éstas el santo logra vencer y domeñar al fuerte animal; de ahí que la festividad se denomina asimismo Día del Oso. En algunas poblaciones del sur de Bulgaria estos mismos ritos se practican el 4 de diciembre, Día de Santa Bárbara.
Versión en español por Daniela Radíchkova
Fotos: BGNES
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