El proyecto de Presupuesto Público para 2017, confeccionado y presentado la semana pasada por el Ministerio de Finanzas fue calificado por el propio titular de este Departamento, Vladislav Goranov, de conservativo y aburrido. El ministro quería decir por ahí que el gobierno del primer ministro Boiko Borisov no preveía ninguna clase de cambios radicales y ni siquiera iba a acometer las reformas prometidas y esperadas por todos, sino que apostaría por el naipe de la estabilidad.
Sin embargo, por las elecciones presidenciales del domingo a los gobernantes les salió el tiro por la culata al sufrir un varapalo duro y obviamente inesperado por ellos. El fracaso ha sido tan grande que los gobernantes no lo han podido asumir y el Ejecutivo ha presentado su dimisión, anunciando que el partido gobernante GERB abandonaba todos los niveles del poder. Se llegó incluso al extremo de declarar oficialmente que se retiraría hasta el proyecto de ley del Presupuesto para 2017, ya depositado ante la comisión presupuestaria del Parlamento. Luego se sucedieron comentarios, explicaciones, interpretaciones, pronósticos y análisis de las consecuencias que aquella decisión tendría para las Finanzas Públicas y para todo el entramado económico y social en el país.
Unos auguraban que el Estado se iba a desplomar, otros trataban de aportar serenidad diciendo que no ocurría nada dramático y únicamente no se volverían realidad los prometidos aumentos del salario mínimo interprofesional, de algunos subsidios sociales, de los sueldos y los presupuestos de los diferentes ministerios.
El pánico y la confusión sólo duraron pocas horas y así el propio ministro de Hacienda llegó a declarar públicamente que el proyecto de ley no se retiraba y, que será debatido y aprobado por el Parlamento pese a la dimisión del Gobierno. El Parlamento puso manos a la obra y se espera que pronto este proyecto de ley sea eventualmente aprobado en primera lectura. Sin embargo, las cosas ya no eran como antes habían sido. Es que este Presupuesto es el de un gobierno dimisionario y lo deberán ir cumpliendo al menos otros dos gobiernos: uno de expertos y, el otro, elegido a raíz de las elecciones parlamentarias anticipadas, probablemente en la primavera de 2017. Pero, ¿les gustará a estos gobiernos la política plasmada en el Presupuesto por sus predecesores y querrán cumplir la voluntad de éstos? Muy probablemente, no lo querrán. El Presupuesto es una política concentrada en forma financiera, y es que los resultados de las presidenciales han puesto de manifiesto que la política hasta ahora llevada a cabo por los gobernantes les desagrada a la mayoría de los búlgaros. Por consiguiente, tampoco les gustan las prioridades recogidas en el nuevo Presupuesto.
La gran interrogante es, ¿cuántas veces, hasta el próximo presupuesto -para 2018- será revisado el aún no aprobado plan financiero del Estado para 2017? Esta incógnita genera de por sí inestabilidad para los negocios, la administración y la sociedad en general. Todo el mundo ya tiene preparados cierto planes y proyectos para 2017, los cuales, evidentemente, habrá que reconsiderar y hacerlo, encima, en un sentido ignorado. Es aún muy prematuro hacer cuentas. Lo que importa más es que lo que los actuales diputados han comenzado a debatir y se preparan para votarlo cuenta con oportunidades nimias de una larga vida y, por lo general, de una realización práctica. A estas alturas hay que aclarar que no se trata en absoluto de asegurar que el actual proyecto de Presupuesto sea malo o erróneo. Al contrario, todos los analistas avezados han coincidido en indicar que este proyecto fija, con bastante precisión, las prioridades del país, reparte razonablemente los gastos, pondera con sobriedad los ingresos y se traduce, en realidad, en una estabilidad y un crecimiento económico moderado para Bulgaria.
Es cierto que todo esto es mejorable pero el problema no reside ahí. El quid del problema se sitúa en los planos político y social. Los búlgaros han votado en las recientes elecciones presidenciales no tanto a favor, sino en contra, en contra de la miseria, la corrupción, los abusos, la insatisfactoria calidad de vida que en los últimos años no ha tenido una mejora palpable para el grueso de ellos. Lo que los búlgaros reclaman es un cambio, signifique lo que signifique.
Versión en español por Mijail Mijailov
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