Por espacio de dos días seguidos, las llamadas protestas policiales vienen generando una tensión en el seno de la sociedad. Ha resultado por enésima vez que Bulgaria ya no es la misma. El lunes, sin atender a leyes ni reglamentos, sin hacer gala de ética profesional y respeto a la sociedad, funcionarios del Ministerio del Interior bloquearon encrucijadas muy importantes en la capital Sofía, de casi dos millones de habitantes, y en otras grandes ciudades del país. De esta manera, los policías paralizaron el tráfico, provocaron el nerviosismo de muchas personas afectadas, hicieron ostentación de fuerza y mostraron su desprecio por los ciudadanos. Pero, sobre todo, colocaron de rodillas al Poder Ejecutivo.
El guión se repitió también el miércoles, pese a las concesiones que propuso, dando marcha atrás y temerosa, la ministra de Interior, Rumiana Bachvarova. En esta ocasión se sumaron a esta manifestación de arbitrariedad policial también funcionarios de la Policía de Fronteras quienes, nuevamente sin previo aviso, bloquearon las autopistas a las vecinas Grecia y Turquía. Esto no es todo, ya que, con una fogosidad bolchevique, las organizaciones sindicales del citado ministerio amenazaron con la convocatoria de una protesta nacional, el día 8 de noviembre.
¿Qué es lo que ha airado tanto a los guardianes del orden público hasta el punto de que ahora, ellos mismos, lo estén perturbando brutalmente? Alborotaron el avispero el lunes los ministros de Finanzas y del Interior, Vladislav Goranov y Rumiana Bachvarova, respectivamente. Ambos anunciaron que tenían la intención de proponer la inclusión en el proyecto del Presupuesto Público para 2016 la reducción de las compensaciones a la hora de jubilarse los policías, las que de los 20 sueldos mensuales actuales deberían bajar a 10. También harían la propuesta de reducir las vacaciones anuales retribuidas de 30 a 20 días hábiles y también recortar otros privilegios.
Quizás nadie esperaba una reacción tan violenta y extrema por parte de los funcionarios afectados. El primer ministro Boyko Borisov procuró socorrer a los dos ministros que andaban estupefactos. Expresó tajante que las protestas eran ilegales y que los policías que el lunes habían bloqueado encrucijadas clave de la capital búlgara serían sancionados. Esos mismos policías le respondieron una vez más con el bloqueo ilegal no sólo de cruces de avenidas en las ciudades, sino también de autopistas de tráfico internacional. Hasta ahora no hay policías sancionados, Por consiguiente, resulta lógica la pregunta de, ¿quién lleva la voz cantante?¿Es el Estado o son los policías?¿Será acaso exagerada la constatación que hacen algunos observadores de que el Ministerio del Interior, por sus estructuras y funcionarios, se ha convertido en una ciudadela al margen de la ley, en un Frankenstein búlgaro en la época de transición de la sociedad totalitaria a la democracia europea?
Pero dejemos de lado las hipérbolas y veamos algunos números y hechos. La plantilla del Ministerio del Interior la integran más de 60 mil personas siendo el número de habitantes de Bulgaria de un poco más de 7 millones. Según varias estadísticas, esto significa que por el número de sus policías per cápita, Bulgaria se clasifica no sólo en los primeros puestos en Europa, sino también a nivel mundial. Pero, ¿por qué entonces este país también ocupa unos de los primeros puestos por la delincuencia y la corrupción que campan a sus anchas? La respuesta lógica es que los funcionarios del Ministerio del Interior no pueden o no desean hacer su trabajo. Algunos analistas incluso van más lejos barajando la hipótesis de que algunos de esos funcionarios, además de cobrar su sueldo del Estado acuden, para percibir dinero, a los “comederos” de diferentes mafias que se ocupan de tráfico y difusión de drogas, de trata de blancas y de migrantes, de contrabando, etc.
En este sentido resulta curiosa la constatación de las organizaciones de empleadores en Bulgaria, recogida en declaración suya, motivada por las protestas policiales, de que por esta “eficacia” del Ministerio del Interior los productores, fabricantes y ciudadanos del país se ven forzados a “mantener a otro Ministerio del Interior, de idéntica plantilla, en forma de sector privado de custodia y protección”.
Por otra parte, cada año llegan a parar a las arcas del Ministerio de Interior centenares de millones de euros provenientes del Presupuesto Público. El 95 % de estos recursos se emplea en pagar los sueldos y conceder otras prebendas financieras y materiales a los funcionarios. ¿Que por qué es así? Pues, seamos francos. Durante más de un cuarto de siglo tras la caída del Muro de Berlín, las reformas democráticas en el Ministerio del Interior y también en el de Defensa sólo se quedaban en papel. En estos dos ministerios se conservaron los costosos privilegios establecidos durante el régimen totalitario para que esos dos aparatos represivos pudieran garantizar la tranquilidad y la seguridad del entonces gobernante Partido Comunista Búlgaro. La casta que se formó en aquellos años no ha perdido su vitalidad hasta hoy en día y, al parecer, se encuentra dispuesta a transgredir las leyes y hasta a socavar los fundamentos del Estado y de la democracia, si son cuestionados sus privilegios y prebendas financieros y materiales. Sólo queda la esperanza de que, por fin, las instituciones del Estado se sobrepondrán al miedo y materializarán las reformas verdaderas en estos ministerios. Los ministros de Finanzas y de Interior, Goranov y Bachvarova, respectivamente, han hecho un intento tímido en este sentido manejando palancas financieras. De momento, evidentemente, no han tenido éxito.
Versión en español por Mijail Mijailov
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