Censurado. Así probablemente se habría sentido el presidente de Bulgaria Rosen Plevneliev tras la decisión del Parlamento de someter a votación por los electores, en el referéndum a finales de octubre, sólo la pregunta más insignificante de las tres , relativas a cambios en la legislación electoral. Los diputados resolvieron someter a plebiscito únicamente la implementación del voto electrónico remoto. Los temas sustanciales sobre el voto obligatorio y el voto mayoritario resultaron sendas patatas demasiado calientes.
El elemento mayoritario en el sistema electoral es la oportunidad única para los ciudadanos de señalar a su representante. Es que actualmente, en período de elecciones se proponen listas partidistas en las que el elector, en el mejor de los casos, sólo conoce a quienes las presiden. Las listas están siendo confeccionadas en las sedes de los partidos en base a unas reglas no especialmente transparente , y el reparto de los puestos se hace por méritos. Mientras más dócil es el candidato a diputado más avanza hacia la cabecera de la lista y puesto que este principio lo acatan todos los partidos, todos ellos votaron aunados en contra de la implementación del voto mayoritario. No menos álgido resultó el tema de la votación obligatoria. Detrás de esta idea se oculta un fenómeno electoral nada agradable. Es que el voto obligatorio limitaría el peso de los votos comprados. Es adversario acérrimo de esta medida de prevención el opositor Movimiento por Derechos y Libertades, y las razones son muy lógica. Es que según observadores políticos búlgaros y extranjeros por sus 36 diputados en la actual Legislatura ese partido de los turcos étnicos ha logrado el máximo posible de representación parlamentaria , dados los niveles de la intención de voto registrados hasta ahora. Aumentar esta representación reduciría notablemente la influencia de ese partido en el Parlamento. La votación obligatoria puede que no sea la herramienta más democrática para fomentar la actividad electoral. Por otra parte, empero, la vida en una sociedad democrática reclama una actividad cívica-como es la participación en elecciones- en vez de comportarse como politiquero en su casa, comiendo y bebiendo. El deber cívico incluye asumir responsabilidad aunque sólo sea cada cuatro años.
Pero¿ cómo se podrá exigir actividad y responsabilidad cívicas a los electores si los propios diputados no son ninguna encarnación de las mismas? Bulgaria es una república parlamentaria pero son escasos los diputados que tienen conciencia de lo que exactamente significa esto.
No es que hubiera sido exhaustivo pero el primer ministro Borisov se lo explicó a los diputados en su estilo característico de desparpajo: ”Los colegas del Bloque Reformista han de aprender que púbicamente es hermoso que hablen que son demócratas muy grandes, pero su labor en el Parlamento es estar presentes en éste ”.Obviamente estremecidos por aquellas palabras el jueves para la elección del nuevo Defensor del Pueblo se reunieron en el Parlamento nada menos que 223 diputados, del total de 240.No obstante, se escudaron en la votación secreta y eligieron a la socialista Maya Manolova al puesto de Ombudsman. Centenares de habitantes de Sofía reaccionaron en forma espontánea y colmaron las calles de la capital protestando contra la elección de una personalidad política para este puesto suprapartidista, personalidad que defendía los nombramientos escandalosos en el gobierno anterior y los cuales hicieron que miles de personas se volcaran en las calles de Bulgaria, y, en última instancia, condujeron a la caída de aquel gobierno. En una quincena de días el Parlamento logró mutilar dos reformas sustanciales para Bulgaria y dejar desprovista de sentido la institución del Ombudsman. Así en la última semana antes de salir de vacaciones el Parlamento produjo “algo que acabó en nada”.
Versión en español por Mijail Mijailov
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