En Bulgaria hay una central nuclear de dos bloques de energía, fabricada en Rusia, que asegura más del 40 % de la energía eléctrica del país. Hay, también dos centrales termoeléctricas norteamericanas que son unas de las más modernas y de mayor potencia en el país.
Desde hace unos 25 años se mantienen acaloradas polémicas políticas, económicas, lobistas y de expertos sobre si es necesaria una nueva central nuclear o debe ampliarse la que ya existe. Los debates y el tema siguen siendo actuales y poco claros para el amplio auditorio, mientras que en verano del año pasado, por sorpresa de todos y sin ningunos debates públicos, el entonces ministro de Energía regresó de su visita a EEUU con un memorando firmado con el gigante norteamericano Westinghouse para la ampliación de la antigua central nuclear en Kozloduy, en la ribera del Danubio, con un nuevo reactor norteamericano.
El acuerdo fue declarado temporero y fue dicho con claridad que el ex gobierno de Plamen Oresharski, de izquierdas, dejará a los siguientes gobernantes que decidan definitivamente si habrá o no una transacción con los norteamericanos que en realidad son japoneses.
El gobierno de coalición del premier Boiko Borisov, de derechas, que ocupó el poder en otoño del año pasado, no se mostró muy entusiasmado de inmiscuirse en el poco agradable para Bulgaria conflicto geopolítico entre el Oeste y Rusia, tomando una u otra decisión que, desde el punto de vista político, debe ser inevitablemente prorusa o pronorteamericana. El plazo para la postergación de la delicada y difícil decisión expiró el 31 de marzo y todos esperaban con impaciencia la respuesta de Westinghouse al ultimátum del Gobierno búlgaro que solo hace unos días manifestó que trabajará con los norteamericanos solo si ellos aceptan a desempeñar el papel de inversor estratégico y adquieran el 49 % de la nueva instalación nuclear ya proyectada. En otras palabras, Sofía manifestó que desea que los socios transatlánticos aseguren el 49 % del dinero para la construcción. Según fuentes que no se mencionan, en Norteamérica reaccionaron negativamente a este deseo búlgaro pero han dejado la puerta abierta para prolongar las negociaciones en tres meses. Esto es fácil de explicar teniendo en cuenta que a una empresa industrial energética fue hecha la insistente propuesta de producir y suministrar algo y pagar la mitad de su precio por valor de casi 8 mil millones de dólares.
Sin embargo, en el comportamiento de las autoridades búlgaras hay lógica. Solo hace un mes, los norteamericanos no ahorraron en Sofía los superlativos sobre las cualidades tecnológicas y las ventajas económicas del reactor nuclear que ofertan pero que todavía no funciona. Parece que Sofía pensó que, si todo es tan perfecto, los norteamericanos serán los primeros en aprovechar la posibilidad de utilizar este artefacto del arte nuclear. Además, Bulgaria no dispone de medios para construir nuevas potencias. La necesidad de éstas no ha sido comprobada al 100 %. Hace pocos días los ecologistas de Greenpeace se mostraron convencidos de que Bulgaria no necesita nuevas potencias para la producción de electricidad, mucho menos de gran potencia y nucleares.
En las condiciones actuales, la transacción tiene un matiz político muy importante. Sofía se decepcionó muchísimo del fracaso bajo la presión de Bruselas y Washington del proyecto de gasoducto ruso para Europa que tenía que atravesar su territorio y ahora, evidentemente, desea vender de la manera más ventajosa la conquista de su mercado energético por los norteamericanos en las condiciones de confrontación geopolítica. Como suelen decir ellos, todo tiene su precio.
Versión en español por Hristian Taseva
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