En Bulgaria la vida pública no es parte del mundo de los jóvenes. De política y asuntos públicos hablan sobre todo personas mayores de 40 años, e incluso a nombre de los jóvenes. Cuando se acercan las elecciones todos los partidos empiezan a jurar fidelidad a la generación joven, y al final resulta que de nuevo la han perdido como votante.
“Cuando empiezan a planificar las campañas, las sedes de los partidos opinan que los jóvenes no saldrán a votar”, comenta ante Radio Bulgaria el politólogo Strahil Deliiski, profesor en la Universidad San Clemente de Ojrid de Sofía. “La lógica es la siguiente: “Si no saldrán a votar, ¿para qué esforzarnos y gastar recursos en vano para incitarles a hacerlo?”. El sentido de semejante campaña es identificar las necesidades de la comunidad correspondiente y ofrecer un producto político adecuado para satisfacerlas. Con seguridad. la necesidad principal de los jóvenes en Bulgaria no es no votar. Por otra parte, este grupo no es homogéneo para nada. Los jóvenes en la capital quieren unos políticos y una moral guay, sus coetáneos de las ciudades pequeñas y los pueblos quieren trabajo y salarios. Los partidos, sin embargo, tratan a este grupo como un todo y, de esta manera, hablándoles a todos a la vez, no dicen nada a nadie. Esta campaña electoral no es una excepción”.
La inexistencia de una perspectiva socio-económica en los centros poblacionales pequeños profundiza la cultura de nihilismo político entre las comunidades de jóvenes. “No tenemos trabajo y nadie se interesa por nosotros”, esto se ha convertido en una actitud duradera con respecto a la postura y el papel personal en el proceso político.
“La juventud urbana tiene unas exigencias más específicas hacia el sistema político, y esto lo hemos visto también en las protestas que han durado casi un año. En gran medida, ellos viven en un entorno socio-económico en que el problema con los puestos laborales no es considerado como principal. Existe una cultura de consumo específica incluso en el marco de la participación cívica. Los representantes sobre todo de los jóvenes de las ciudades tienden a pensar sobre sí mismos a traves de los criterios de su propia excepcionalidad, que habitualmente se entiende como consumo de símbolos de prestigio. En otras palabras: soy activo, porque está de moda. Las protestas antigubernamentales crearon un “nosotros” nuevo, y a la vez mostraron que este “nosotros” es básicamente función de la sensación de poseer determinadas características (bellos, inteligentes, bien vestidos, etc.) que los demás no tienen.
Para hacer que la juventud urbana vote tienes que convencerla que votar es un rito guay. De lo contrario, ellos no votarán, porque si no está de moda participar en la vida política, no lo harán. La política debe convertirse en algo que está de moda, ser un elemento de una identidad guay para que los jóvenes de las ciudades y, sobre todo los de Sofía, se vayan a las urnas. En la literatura este fenómeno se denomina “consumo de identidad” que se refuerza por las redes sociales cuyo sentido, como un instrumento de marketing, es crear una comunidad. En el marco de la “juventud urbana progresista” esta actitud consumista hacia la participación en la vida política impide en gran medida la creación de comunidades. Porque si protestamos “si está de moda y mientras esté de moda”, también votaremos “si está de moda y mientras esté de moda”. De lo contrario no lo haremos”.
En todas las campañas electorales, los partidos políticos que participan presumen de sus organizaciones juveniles, incluyen en sus listas de candidatos al Parlamento a personas cada vez más jóvenes y, en general, “ceden el paso a los jóvenes”. La cultura política y organizativa que predomina es tal que permite entrar en las profundidades de la gran política principalmente a un determinado tipo de jóvenes. Éstos suelen ser arribistas de mentalidad conformista que, en nombre del puesto en el partido, están dispuestos a hacer cualquier tipo de concesión con los principios y los valores morales. De esta manera, de un ejemplo para sus coetáneos ellos se convierten en parte del oscuro paisaje político. Mientras las organizaciones juveniles sean simplemente un conjunto de personas obedientes, mediante las que sólo se simula un rejuvenecimiento y cambio político, el voto juvenil a los partidos se deberá, más que nada, al voto de romaníes jóvenes, traídos organizadamente a los colegios electorales.
Versión en español por Ruslana Valtcheva
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