Los vecinos de Brashlian todavía recuerdan la época en que la aldea tenía numerosa población y la escuela rural no daba cabida a todos los niños de la región deseosos de asistir a las clases. Hoy en esta aldea de larga historia viven unas 50 personas. En Brashlian, hiedra, en español, reina el silencio y parece que los relojes se han parado. Sin embargo, durante el verano la población aumenta gracias a los turistas ocasionales y a las personas que tienen chalets allí. En el pasado, cuando formaba parte del Imperio Otomano, la aldea se llamaba Sarmashik que en turco significa hiedra. La villa lleva el nombre de esta planta perenne, que resiste al frío y al calor, y está en el extremo oriental de Bulgaria, lejos de la curiosidad de la globalización y tal vez por esto no cede ante las vicisitudes del tiempo. En los albores del siglo XX esta aldea en el monte Strandzha fue el centro de las guerras libertadoras del yugo otomano de esta parte de los Balcanes. Los vecinos de Brashlian todavía cuentan leyendas de valientes combatientes, de casas saqueadas y destinos destruidos.
En nuestros días, la aldea posee un verdadero tesoro arquitectónico, más de 80 casas auténticas de más de 200 años de edad. No es de extrañar que Brashlian fuera declarado reserva arquitectónica. Una de las casas fue convertida en Museo Etnográfico. En su entrada nos recibe Marulka Kiriazova, comisaria del museo que aporta detalles sobre las sutilezas de la construcción local. Resulta que la mayoría de estas casas de dos pisos, que a lo largo de centenares de años han permanecido intactas a despecho de terremotos y los crueles vientos montañosos, fueron erigidas sin fundamentos excavados en la tierra. En su construcción fue utilizado un truco de la construcción poco estándar que garantizaba su estabilidad y larga vida.
“Lo peculiar de este tipo de construcción es que a cada 50-60 centímetros colocaban una viga de madera que forma algo parecido a un cinturón. Cuando hay terremotos, la viga absorbe las vibraciones de la tierra y no permite que la casa se desmorone. El primer piso se utilizaba para los animales y en el segundo vivía la familia. La casa está revestida con maderos de roble, talados antes de que el árbol quedara seco. De este modo el material se hace más resistente. Fíjense que estos maderos nunca han sido untados con cualquier sustancia ni fueron utilizados clavos. Simplemente los ensamblaban y llevan 300 años intactos”, dice Marulka con fascinación.
Abrimos la puerta del segundo piso donde está montada una muestra etnográfica. Vemos el típico hogar y algo muy curioso: un excusado en el balcón. Es un hueco hecho en el suelo de madera.
Otro edificio antiguo, la casa de Baliu, también ha sido convertida en museo y en su patio, especialmente para los turistas, se organizan las típicas tertulias “sedianka”. Unas abuelitas del pueblo vestidas de trajes típicos y sentadas en sillas de tres patas entonan canciones de la región de Strandzha. Además, limpian la lana, cosen, tejen y muestran prácticas locales heredadas de sus madres y abuelas.
Por las empinadas calles de Brashlian vemos a un grupo de turistas franceses y una manada de caballitos que pastan en la plaza de la aldea. Allí está la antigua Iglesia San Demetrio, excavada en la tierra con la adyacente escuela que sirve como atracción turística. Otrora en una pequeña habitación estudiaban muchachos de unos 12 a 13 años de edad. Los pequeños se sentaban en el suelo revestido de arcilla y en vez de cuadernos utilizaban tablas hechas de cera sobre las cuales escribían las letras del alfabeto cirílico usando varitas. Al final de las clases, la cera se calentaba cerca del fuego y los alumnos alisaban las tablas con la mano y las preparaban para el día siguiente.
Las posibilidades de alojarse en la región son múltiples. En las casas para huéspedes, los turistas pueden gozar de una atmósfera acogedora y deliciosos manjares rurales. Den un paseo por la aldea, echen un vistazo a los patios hundidos en verdor y a las casas de revestimiento de madera, miren los declives del monte Strandzha, gocen de esta belleza originaria impregnada del espíritu de tiempos pasados. Entones se preguntarán ¿Es esto un sueño o es realidad? Dense un pellizco y verán que no están soñando y que se encuentran en uno de los rincones más magnéticos de Bulgaria.
Versión aen español por Hristina Taseva
Fotos: Veneta Nikolova
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