En una entrevista que se conserva en la Fonoteca de Radio Nacional de Bulgaria, Georgi Dimitrov recuerda: “Sucedió así que empecé a estudiar violín porque en casa teníamos este instrumento. De alumno trataba de componer música y creé el cuarteto Una Tarde de Verano en el Campo, para cuatro violines. Compuse esta ingenua obra después de una excursión a la cueva Magurata. Se la mostré a mi profesor en el Conservatorio de Varsovia para que viera que en un lugar alejado de la civilización pueden surgir ideas musicales. Entonces yo ni siquiera conocía las leyes de la armonía y el contrapunto. Posteriormente en el conservatorio fui un excelente violinista. Paralelamente comencé a entusiasmarme más y más con las obras vocales tal vez bajo la influencia de mis padres que cantaban y dirigían orfeones. En el conservatorio se hace hincapié en la música instrumental, mientras que la vocal queda en segundo plano. Después me di cuenta de que me impacta muchísimo la ternura de la voz humana. No hay instrumento que pueda sustituir la emoción que la voz es capaz de transmitir. Este amor crecía cada vez más y decidí que tenía que orientar todas mis creaciones hacia la música vocal, y ante todo hacia la música coral. Creo que las voces de los cantantes búlgaros poseen una vitalidad muy peculiar y un impresionante vigor interno. La música instrumental también tiene sus grandes méritos pero esto es cuestión de preferencias personales”.
Georgi Dimitrov vivió más de una década en el extranjero. Residió más largo tiempo en Polonia. En Varsovia dirigió el coro universitario búlgaro Hristo Botev. A pesar de que lo separaban miles de kilómetros de Bulgaria el patriotismo del compositor no perdió vigor. “En ningún otro país pude encontrar lo que encontraba en Bulgaria. Con Liubomir Pipkov teníamos una excelente amistad a pesar de que él estudiaba en Francia y yo en Polonia. En nuestras reuniones siempre hablábamos del cariño que sentimos por la patria”, decía el renombrado músico. Este cariño fue el motivo por el cual compuso la cantata Canto a la Patria, una obra de gran envergadura para más de 400 personas. El enorme potencial creativo de Georgi Dimitrov se propagó en muchas direcciones ya que se desempeñaba como compositor, director, pedagogo. Durante ocho años fue director artístico de la ópera de Sofía. La antigua generación de músicos recuerda a Georgi Dimitrov como compositor de canciones cuyas obras están presentes en el repertorio de los coros búlgaros hasta hoy en día.
El maestro abandonó este mundo en 1979 legando a las futuras generaciones una voluminosa creación. “El compositor siente mayor alegría cuando sus obras son interpretadas por las personas para las cuales habían sido compuestas. Creo que tiene valor cada una de mis obras que ha llegado a los corazones de los oyentes”, decía Georgi Dimitrov.
Versión en español por Hristina Taseva
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