El búlgaro es por naturaleza una persona suspicaz y difícilmente se fía de llamamientos, sobre todo, cuando éstos vienen desde la altas esferas del poder. Es ésta una de las razones por las que el búlgaro no acostumbra precipitarse entusiasmado a beneficiarse de la variedad, tan generosamente ofrecida, de vacunas gratuitas anti-Covid-19. Habituado a valerse de remedios naturales tradicionales y someterse a tratamiento a domicilio, el búlgaro acoge receloso cualquier tipo de medicamentos que no hayan sido probados en el tiempo. Entre las teorías conspirativas y los hechos irrebatibles, el búlgaro interpone su teoría propia y sólo se le puede persuadir por hechos concretos de la realidad. Por esto no escapa a su atención tampoco la oleada creciente de descontentos por los llamados “certificados sanitarios” en Europa, y este descontento alimenta aún más su desconfianza por las vacunas y refuerza su convicción de que ha sido correcta su singular resistencia a la inmunización.
Mientras, el porcentaje de los búlgaros no vacunados es lo suficientemente bajo, algo que mueve a los políticos a no emprender acciones tendentes a una inmunización obligatoria, decretada en países vecinos a Bulgaria.
Pese a los llamados del inspector sanitario general del Estado, Anguel Kunchev, a que sea decretada una vacunación obligatoria al menos de los trabajadores sanitarios y los que se desempeñan en residencias sociales, no se acaba de tomar una decisión política al respecto. Los legisladores andando sobre un hielo frágil, están bien conscientes de que cualquier coerción podría inclinar la participación electoral a favor de partidos, adversarios firmes de las vacunas.
La impotencia política en medio de la situación actual se deja entrever, asimismo, en la declaración de Radan Kunev, eurodiputado búlgaro por el PPE, Bulgaria democrática, quien ha exhortado en la sala plenaria del Parlamento Europeo (PE), a que la Unión Europea tome cartas en el asunto. ”Un segundo Gobierno y una tercera Legislatura de la Asamblea Nacional de Bulgaria han fracasado en la organización de una campaña de vacunación, en el empeño por atajar la propaganda anticientífica y ello nos han arrastrado de tener el resultado bochornoso de un 20% de personas vacunadas en el país, frente a una media del 70% en la UE. La respuesta es que las facultades de Europa se extenderán hasta donde sea indispensable, si los gobiernos nacionales fracasen en la protección de nuestros ciudadanos”, ha resaltado Radan Kunev. ¿Podrá esto, acaso, hacer “entrar en razón” a los búlgaros, quienes acogen toda nueva presión con una hostilidad aún mayor? Y esto sucede sobre el telón de fondo del anuncio, hecho por el inspector sanitario general, de que hasta finales de septiembre habrán caducado de 300.000 a 400.000 dosis de vacunas contra la Covid-19.
Surge inmediatamente la pregunta de si este hecho traduce una preocupación por la salud de los búlgaros o por unas vacunas sin usar y el dinero gastado en su adquisición, y si esto sería endosar la culpa a otro.
“Realizamos a diario de 15.000 a 20.000 vacunaciones y a este ritmo no hay manera de poder utilizar todas estas dosis hasta finales de septiembre”, ha destacado Kunchev. ”Se tratará del lote más cuantioso que cuyo plazo de eficiencia va a caducar”,
"Probablemente por ello la tercera dosis -de refuerzo- a la que no han dado luz verde las instituciones internacionales de la Salud, según Anguel Kunchev, “es recomendable” pese a que, según los expertos, esta dosis de refuerzo sólo es sugerida para los pacientes más vulnerables e inmunodeprimidos.
La campaña promocional de la vacunación va desplegada a todo trapo, pero aun así no es capaz de conmover a los búlgaros, que sólo creen en la existencia del virus al verse confrontados con él.
Solo cuando los búlgaros se convenzan por sí mismos de la seguridad y eficacia de las vacunas podrán ir, de forma voluntaria y por su propio pie, a los puestos de vacunación.
Versión en español por Mijail Mijailov
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