Se ha duplicado el número de los búlgaros residentes en el extranjero que hayan expresado deseo de votar en los comicios parlamentarios del próximo 4 de abril en Bulgaria, en comparación con las elecciones de 2017. Los colegios electorales para la votación en el extranjero superan en 94 los registrados en las elecciones anteriores, totalizando 465. Cuatro de ellos se habilitarán en Finlandia: en la capital, Helsinki, donde se han cursado 93 solicitudes; en Turku, con 77 solicitudes para votar; Rauma, con 73, y Tampere, con 68 solicitudes de búlgaros.
En uno de estos colegios electorales emitirá su voto también Martín Stéfanov, de 36 años, desde hace seis años conciudadano de Papá Noel en la localidad de Rovaniemi en Laponia, donde trabaja de guía turístico. El precio que habrá de pagar por ejercer su derecho a voto serán los 700 kilómetros que deberá recorrer para llegar al colegio electoral abierto más cercano.
“Finlandia no es un país muy grande en términos de territorio, pero tiene una extensión muy alargada y yo me encuentro situado muy al norte. En la porción meridional del país hay varios colegios para la votación. Según mis observaciones, sólo hay otro búlgaro más que viva tan al norte. En las regiones del sur, en los alrededores de las grandes ciudades como Helsinki, Turku y Tampere, hay bastantes más búlgaros que, no obstante, no llegan a formar una diáspora nutrida e importante en Finlandia”, dice Martín.
Su aventura boreal se inició en 2012. Se encontraba en Finlandia ya mientras cursaba estudios en la carrera de Gestión del Turismo como estudiante de intercambio en el marco del programa Erasmus. Se enamoró del lugar y de la universidad y volvió para realizar su máster en Gestión del Turismo Cultural. Al concluirlo, se quedó para desempeñarse como guía de turismo. ” Siempre me ha gustado el Norte: por sus paisajes, su naturaleza, el menor número de gente”, explica Martín. Tiene subidos a su canal de Youtube videos en los que cuenta su vida en Laponia, cómo hace jogging recorriendo kilómetros a una temperatura de 30 grados bajo cero o cómo construir un iglú.
Afirma que en Laponia hace frío, mucho frío; la temperatura media en invierno es de 25 grados bajo cero, y Martín también ha tenido que soportar un frío de 42 grados bajo cero, algo que, según opina, no es tan espeluznante. Otra cosa es la luz, o más bien su ausencia.
”Para mí, esto es lo más agobiante. Es lo más duro en invierno puesto que sólo disfrutamos de un par de horas de luz diurna. Y cuando digo luz diurna no se crean que se trate de una jornada muy luminosa. Por lo general, hay un período de dos meses –noviembre y diciembre–en el que el sol no lo diviso en absoluto. A esto se le llama invierno polar, noche polar y en ese período me cuesta muchísimo poder encontrar motivación para hacer cualquier cosa. Simplemente caigo en una especie de letargo y hasta la cosa más nimia me exige esfuerzos”.
Este período en concreto y la vida en Laponia en general le han enseñado a Martín que un ser humano puede ser más fuerte de lo que se cree que es, siempre que tenga deseos y motivación interna para serlo. La de él es moverse en la naturaleza, sin que le importen las condiciones climáticas. Dice que basta con ir bien equipado, tomarse agua y ser razonablemente insensato.
Martín se resiste a hacer comparaciones entre Bulgaria y Finlandia. Dice que ambos países poseen hermosura y encanto propios, sólo hay que aspirar ver lo hermoso incluso cuando se elige ir "a contracorriente”.
Adaptado por Vésela Krásteva en base a una entrevista de Valeria Nikólova
Versión en español por Mijail Mijailov
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