¿Dónde se encuentra el límite tenue entre el derecho a expresar descontento en un país democrático y protagonizar un acto contra el orden público acabando entre rejas? Hemos visto en reiteradas ocasiones cómo a nivel mundial la gente defiende sus derechos valiéndose de métodos de forcejeo mayores y termina logrando sus objetivos.
Cuando en Bulgaria el descontento público ha ido en aumento de forma pacífica, sin ruptura de escaparates ni incendios, aunque con bloqueos en las intersecciones viales, a los contestatarios se les pegó inmediatamente la etiqueta de “peñas compradas”. En las plazas y calles del país, al lado de los miles de jóvenes, convencidos de la rectitud de sus actos, se pueden ver destacadas personalidades públicas, así como figuras emblemáticas de la cultura y el arte búlgaros.
Pero en las posiciones de estas personalidades notorias con respecto a las acciones de descontento y la postura del resto de la sociedad, se han perfilado durante las protestas determinadas líneas divisorias. A ambos lados de la barricada se han plantado no sólo políticos y manifestantes, sino también músicos, escritores, poetas, actores nacionales.
“Si a mí se me abucheara durante una función o proyección de una película en que participo, pensaría muy seriamente en lo que estuviera haciendo –comenta a Radio Nacional de Bulgaria el actor Pável Popandov– . De este modo arrastro conmigo una desaprobación de todo el espectáculo, de la película completa y ello repercutiría en mis compañeros. Si me abuchearan por segunda vez, y no lo quiera Dios, una tercera, ello significaría que tendría que cambiar de profesión. Simplemente no debería aparecer más ni en el escenario ni en la pantalla. Es muy de lamentar que esto no esté ocurriendo en Bulgaria”.
¿Valdrá la pena que un artista se ponga a patentizar su postura cívica? ”Claro que sí vale la pena, de lo contrario uno no es un ciudadano, no es nadie”, opina Pável Popandov.
La escalada de la protesta durante la llamada "Magna Sublevación Popular" del pasado 2 de septiembre y los posteriores actos de agresión policial han reforzado las discrepancias en las opiniones.
”No soy capaz de tener una visión precisa de estos sucesos, ya que no resido en Bulgaria −señala, entrevistada por Radio Nacional, la legendaria cantante lírica búlgara Rayna Kabáivanska− . No obstante, lo que fui viendo por televisión me dejó muy estremecida al ver una turba organizada de vándalos que quería la muerte de los agentes policiales. Aquello me conmocionó bastante. Los policías son funcionarios del Estado, no son enemigos. Ignoro qué bando tendrá la razón, pero aquello me sacudió sobremanera, me estremecí por aquel odio a unas personas que son hermanos nuestros. ¿Por qué tanto odio? También hay otra cosa que no acabo de entender: si se es presidente de un país, ¿no significa ello que se debe ser suprapartidista? Es la base de un jefe de Estado en todas las constituciones. Y en Bulgaria he visto a un presidente de la nación que ha tomado partido de uno de los bandos. Es lo que me ha conmocionado con sólo ver la televisión búlgara”.
La poetisa Margarita Petkova también da su explicación sobre el cuadro en Bulgaria. Opina que ya se ha llegado al límite y que el diálogo entre los dos bandos resulta innecesario.
”La gente protesta porque está harta, no lo hace para mostrar lo buena que es actuando como cantantes y actores. Tengo a un gran número de amigos, intelectuales todos ellos, que acuden a diario a las protestas, pero no hacen ostentación de su condición. Somos parte de esta nación, independientemente de quién y cómo es uno. El que siente necesidad de hacerlo respalda la protesta, quien no siente tal necesidad dice que se trata de unos lumpen, de personas desnortadas. Ha habido gran número de declaraciones de personalidades de indudable talento que se han tomado la libertad de ofender a una parte del pueblo búlgaro. No tolero tales comportamientos. En estas protestas cada cual actúa por lo que le dicta su conciencia, sus fundamentos éticos, su valor, si es que no se haya olvidado de lo que éste significa”.
Compilado por Darina Grigórova
Versión en español por Mijail Mijailov
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