Lo que se escribe hoy en día no me gusta y me aburre, y lo que tengo en mi cabeza me conmueve y me emociona. Es lo que escribió cuando era joven Antón Pávlovich Chejov en una carta a su editor, en 1888. Estas palabras del escritor ruso las eligió como tarjeta de presentación un grupo de creadores jóvenes, fundadores de la revista Krug (en español, círculo), que recientemente celebraron 20 años desde que la publicación dio tribuna al espíritu creativo libre.
La revista literaria Krug salió desde 1998 hasta 2004 y se publicaron un total de 28 números. Fue estructurada como un escenario y vehículo, y su base conceptual fue influenciada por una concepción adolescente de que el destino del mundo se sostiene en el juego estético. Además de ser un punto de intersección entre la literatura, las artes visuales y el experimento musical, la revista se interna en la realidad de la literatura con números dedicados a la poesía contemporánea macedonia, húngara y turca. Hay ediciones especiales con textos de los filósofos franceses Alain Badiou y Jacques Derrida, del poeta estadounidense Charles Simic, nacido en Belgrado, de la psicoanalista eslovena Alenka Zupancic entre otros. En la actualidad sus autores y traductores integran la élite nacional investigadora y descubridora en las esferas de la ciencia, el arte y... el derecho.
La revista Krug surgió para combinar de una manera insólita la prosa, la poesía, la crítica, la culturología, la música, las artes visuales y la vida callejera. De qué manera será examinada la revista Krug como una historia en formato revolucionario, situada en el linde de los siglos XX y XXI leeremos dentro de, al menos, otros 20 años, escribió el equipo de la revista dos décadas después de haber sido ideado el experimento.
Ha pasado mucho tiempo desde el principio, pero todo sigue muy vivo y es parte de nosotros. Krug es parte de lo que somos hoy en día –dice Nayden Yotov, uno de los autores jóvenes de la puclicación– . El nombre de la revista surgió en una reunión en el Palacio Nacional de Cultura. A mí espontáneamente se me ocurrió que fuera Krug. Todos aceptaron de inmediato esta propuesta, y luego las cosas se pusieron en marcha. La revista vio la luz a semejanza del círculo Mísal (en español, pensamiento) de los simbolistas búlgaros de finales del siglo XIX, así como de los Caballeros de la Mesa Redonda, porque entre nosotros no había una jerarquía y estábamos volando en las alas de la inspiración y el espíritu despreocupado de la juventud. Este ambiente nos permitió crear sin darle importancia a las críticas maliciosas. Nosotros mismos éramos nuestros mejores críticos, no tanto en el sentido de la crítica en sí, sino como apoyo; caminábamos como por un puente de cuerda sobre el precipicio.
Krug no es únicamente una revista, es un movimiento, y la revista es el órgano de este movimiento, dicen sus autores y correligionarios. Ellos actuaban en lugares muy variados, incluso extraños. Los invitaban tanto en las cárceles, como en el Teatro Nacional de Sofía, en museos, en galerías de arte. Realizaban giras en el extranjero.
Nos guiaba nuestro deseo de reunirnos con la gente, pero esto no era una finalidad en sí, lo hacíamos para ajustarnos a la idea común que nos unía –explica Nayden Yotov– . Las reuniones eran siempre inesperadas, imprevisibles, sin acuerdo previo ni propósito. No eran una expresión de amor propio y autoconfianza juvenil para atraer la atención de los medios informativos. Creíamos sinceramente que estábamos haciendo algo significativo, e intentábamos dar lo mejor de lo que éramos capaces. Cualquiera era bienvenido en nuestro círculo (Krug). Teníamos un manifiesto, aunque breve, y todos y cada uno de nosotros pensaba que las cosas que los demás hacían son interesantes e importantes para todos nosotros. Por esto prestábamos especial atención a cualquiera de nuestros correligionarios.
Versión en español por Daniela Radíchkova
Fotos: Guergana Máncheva y archivo personal
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