El Monasterio de Glózhene que lleva el nombre de San Jorge el Triunfador, se yergue majestuosamente sobre las rocas al pie del pico Kamenen Listets, en el regazo de la cordillera Stara Planina. Desde lejos tiene más bien el aspecto una fortaleza que de un centro espiritual.
Es uno de los monasterios búlgaros más magnéticos y atractivos, nos cuenta el Prof. Dr. Pável Pavlov, de la Facultad de Teología de la Universidad de Sofía "San Clemente de Ojrid". Los datos históricos sobre la fundación de este claustro se pierden en la oscuridad de los siglos. Las leyendas remontan sus comienzos al siglo XIII y lo relacionan con el nombre del príncipe Gueorgui Glozh, иn aristócrata de tiempos del zar Iván Asen II, cuyo reinado es considerado como el período de mayor florecimiento de la Bulgaria medieval, cuando surgen muchos conventos nuevos y los ya existentes registran un gran auge. Según las crónicas, este príncipe Gueorgui Glozh llega a Bulgaria, acosado por los tártaros, tras la desintegración del antiguo estado eslavo de la Rus de Kiev, se instala en la ribera del río Vit y funda allí el pueblo de Glózhene. Pronto construye allí un convento. La elección del lugar, muy tácito y recóndido, se vincula con el icono de San Jorge que, según las leyendas, solía aparecer sobre una roca. La dimensión de esta roca determina las dimensiones del convento: muy pequeño pero muy pintoresco, dentro de un patio extremadamente estrecho.
Antaño, todos los monasterios búlgaros eran no sólo centros de la fe, en ellos se desarrollaba también una intensa labor literaria y educativa. Sobre todo en la época cuando aún no existía la imprenta. En aquel entonces los libros, de variedad genérica muy reducida por cierto, se creaban en los claustros. Allí funcionaban escuelas de caligrafía, donde se escribían, traducían y copiaban todos los textos. El Monasterio de Glózhene, a semejanza de todos los conventos búlgaros de los siglos XIII a XIV, también destacaba por su trabajo en el campo de la literatura y la educación. En aquellos tiempos, cuando Bulgaria formaba parte del Imperio Turco, los monasterios solían ser centros de la ilustración, funcionaban allí también pequeñas escuelas, donde todos los profesores eran monjes. El Monasterio de Glózhene no era una excepción. Además fue uno de los últimos conventos que existieron en la cordillera de los Balcanes donde se escribían, traducían, copiaban y encuadernaban libros incluso después de ser descubierta la imprenta.
A comienzos del siglo XIX los fuertes terremotos en la zona derribaron la vieja iglesias, construida en el siglo XIII. En su lugar, sobre 1930, fue erigida otra, conservándose del templo viejo dos relicarios con restos de San Jorge, San Trifon y San Pantaleón, un cofre con donativos y dos sellos antiguos. La reliquia más importante es el icono milagroso de San Jorge. Lamentablemente, no ha quedado huella alguna de las pinturas medievales y el iconostacio antiguo.
Un detalle curioso es el museo que existe en el Monasterio de Glózhene a nombre de Vasil Drumev, escritor, clérigo y político de renombre del siglo XIX (fue incluso jefe de gobierno por un breve período), confinado al convento después de un discurso que no gustó a los gobernantes contemporáneos. Tuvo que ser muy duro para Vasil Drumev, conocido también por su nombre eclesiástico de Kliment, metropolitano de Tárnovo, pasar un año en el exilio, privado de cualquier posibilidad de influir en la vida pública del país.
Algunos vinculan este monasterio asimismo con la actividad revolucionaria de Vasil Levski, al que llamamos el Apóstol de la Libertar búlgara.
Sobre el tema el Prof. Pavlov dice lo siguiente: Los clérigos, de cuyas filas provenía también el diácono Ignatiy, alias Vasil Levski, solían ser grandes patriotas. Mas vincular los conventos únicamente con la actividad revolucionara y las luchas de emancipación contra la dominación turca es absurdo. El Monasterio de Glózhene era conocido lugar de encuentro, eso sí, de destacadas figuras de la vida pública de aquel entonces, y es muy probable que el Apóstol de la Libertad haya pasado por allí también durante sus andanzas por toda Bulgaria, pero no deberíamos poner el acento sobre este tipo de actividades, sino más bien en el enorme contenido y sentido espiritual que tenía cada convento en aquellos años oscuros. Pues durante los largos siglos de existencia los monasterios en Bulgaria han sido siempre además de centros de la fe cristiana, una cuna de la literatura y la educación y también grandes defensores de todo lo búlgaro, de los valores espirituales de la nación.
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