Desde la semana pasada, los búlgaros tienen la posibilidad de mirarse al espejo tratando de entenderse mejor a sí mismos. El que tiene el espejo en las manos es Thomas Frahm, un periodista, publicista y traductor alemán que en los últimos 15 años vivió en Bulgaria y siente al país como su segunda patria. Gracias a las traducciones de Thomas Frahm, el público alemán conoce las más importantes novelas búlgaras contemporáneas. Desde la semana pasada, los lectores búlgaros tienen la posibilidad de abrir las páginas de su libro “Las dos mitades de la nuez. Un alemán en Bulgaria” que salió en alemán en 2014.
La pregunta más natural que podemos formular a un alemán que domina el búlgaro a la perfección es, ¿cómo Bulgaria se convirtió en segunda patria suya?
“En lo que a los caballeros se refiere, cuando se trata de una mudanza en el extranjero no hay muchas posibilidades, la causa es una mujer o el trabajo. En mi caso fue lo primero”, dice bromeando Farahm. “Trabajé en Bulgaria como corresponsal de la radio alemana, tomaba entrevistas, que primero tenía que pasar por escrito y, luego, tenía que traducirlas al alemán. Así durante esos primeros 3-4 años de intenso trabajo en la radio aprendí el búlgaro”.
La primera impresión que da Thomas Frahm es la de un hombre divertido y sonriente. Su libro también es así, un guiño hacia los alemanes y hacia los búlgaros, y fue escrito con gran dosis de entendimiento.
“Antes de leer el libro el lector extranjero debe olvidarse de todo lo que ha aprendido sobre Bulgaria o cree que sabe del país. Aconsejaría a la gente que no se apresure en juzgar, ya que quien juzga anticipadamente pierde la posibilidad de descubrir un mundo nuevo y, Bulgaria está llena de mundos desconocidos de la Antigüedad, del Medioevo, de los años de la Liberación, la era comunista, los años de la transición, etc. Sin embargo, para descubrir estos mundos desconocidos debes aceptar a Bulgaria sin prejuicios y clichés”, dice Thomas Farahm.
Su libro es un intento de responder precisamente a clichés que existen en la mente del mundo occidental: Bulgaria, el aliado más fiel de la Unión Soviética, un país en que prolifera la corrupción, la patria de los mendigos que piden limosna por las calles de los países occidentales. Thomas Farahm, hasta hoy en día, no ha encontrado respuesta a la pregunta de por qué Bulgaria continúa siendo una mancha blanca en la conciencia de la mayoría de los ciudadanos de Europa Occidental.
“En las primeras páginas de mi libro cuento un anécdota, cuyo autor es Dimitar Dinev, un escritor búlgaro que vive en Viena. Ya que se había cansado de explicar a la gente dónde está Bulgaria, hacía las siguientes preguntas: al norte colinda con Rumanía, al oeste con Serbia, al sur con la parte europea de Turquía y Grecia, al este con el mar Negro. La respuesta que recibía Dinev era: “Pero si allí no hay nada”. Para mí no hay una explicación lógica de por qué Bulgaria es tan desconocida. En lo que a Alemania se refiere, tal vez la historia da la única respuesta razonable: Bulgaria es el único país del ex Bloque del Este que no era parte de Alemania ni de Austria-Hungría. Hay algo más: los búlgaros que viven en Europa occidental dominan idiomas, tienen buena educación y no causan interés mediático, ya que se han integrado muy bien”.
A pesar de esta triste constatación, Thomas Frahm logra conservar la sonrisa de los lectores con las siguientes líneas de su libro: “En un continente que difunde el mensaje de la tolerancia y que proclama los derechos del hombre es absolutamente comprensible que los búlgaros en el extranjero se ofendan cuando sienten que casi no deberían existir porque sus interlocutores no pueden acordarse de su país de procedencia. En este caso incluso las personas que tienen carácter manso pueden sentir un arrebato de patriotismo y hacer recordar que Bulgaria era un Estado en el siglo VII, cuando los alemanes todavía vestían pieles de oso y habitaban las cuevas”.
¿Cómo somos nosotros 15 años después de la llegada de Thomas Frahm?
“El cambio es enorme, pero no estoy seguro de si los búlgaros se dan cuenta de ello -- dice el autor -. Hace 15 años en la conciencia de los búlgaros existía una imagen irreal sobre el mundo occidental que era comparable con las imágenes que produce la fiebre en un enfermo. Naturalmente, esto era consecuencia del aislamiento que vivió el país durante 45 años. Después siguieron los difíciles años de la transición con una serie de decepciones que causaron cierta sobriedad. El occidente, más especialmente Alemania, continúa gozando del interés de los búlgaros, pero esto no tiene nada que ver con las ideas irreales de hace 15 años. Es que la gente ya puede viajar libremente y valorar al mundo a través de diferentes impresiones”.
Versión en español por Hristina Taseva
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