Una ambulancia acude a atender una llamada en el barrio gitano. Ya que en el barrio las calles no tienen nombres ni números, muchachos del vecindario en motocicletas escoltan al equipo de emergencias. Ante un enorme bache, la ambulancia se detiene bruscamente. Los chavales que conducen tras la ambulancia chocan contra ésta resultando uno de ellos levemente herido. La médico baja del coche para atenderlo. En este momento el amigo del muchacho lesionado empieza a insultarla y golpearla en la cabeza porque la ambulancia había causado el choque.
Este caso, sucedido la semana pasada, provocó la agitación de la opinión pública en Bulgaria pero está lejos de ser el único, y produjo la reacción emocional del ministro de Salud, Pétar Móskov, quien dijo que los servicios sanitarios de urgencias no acudirían a llamadas en los barrios gitanos si su seguridad no estuviese garantizada. Móscov arguyó que tres de cada cuatro incidentes con médicos de Urgencias ocurren en estos barrios. La declaración del ministro de Salud causó un verdadero tsunami de interpretaciones y acusaciones. El Comité búlgaro de Helsinki, una organización no gubernamental para la protección de los derechos humanos, definió las palabras de Pétar Móskov como una “amenaza racista”, mientras que políticos de la oposición aprovecharon el momento para pedir su dimisión. Los médicos, sin embargo, respaldaron unánimemente al ministro y las ambulancias en el país están decoradas con carteles en su apoyo. Las redes sociales también desbordan de llamamientos en defensa del ministro de Sanidad.
Esta ola de reacciones públicas tal vez no se hubiera desatado si Bulgaria hubiese avanzado en la integración de su minoría gitana. Los gitanos viven en condiciones de absoluta falta de estatidad, y en su conciencia se ha instalado de forma duradera la sensación de impunidad. En los barrios gitanos vive gente que, salvo raras excepciones, no va al trabajo ni sus hijos, a la escuela. Es difícil imaginar que los habitantes de estos barrios pagan impuestos y lo más probable es que no estén empadronados. Con toda certeza carecen de seguro de salud, por lo que abusan de los equipos de urgencias llamando al 112 incluso cuando están resfriados. Es que la atención médica de urgencia no distingue entre pacientes con o sin seguro de salud.
La crítica de los defensores de derechos humanos a las palabras del ministro de Salud es justa desde todo punto de vista, tanto humano como legal. No obstante, no hay que dejar de lado el que los defensores de los derechos humanos observan los casi diarios ataques contra médicos en los barrios gitanos desde el sofá en casa. A partir de un momento determinado, la reclamación de los defensores de los derechos humanos de que el ministro de Salud se exprese y actúe de forma políticamente correcta es hipócrita, porque el día a día de los equipos de asistencia médica urgente en los barrios gitanos obviamente está acompañado por actos de brutalidad, violencia e impunidad.
La culpa de ello no es sólo de la minoría gitana sino de todos los que conformamos la sociedad búlgara, incluidos los defensores de los derechos humanos. La brutalidad, la violencia y la impunidad no existen sólo en los barrios gitanos. Las hay también en las miles de aldeas despobladas donde ancianos indefensos están siendo víctimas de robos y maltratos desde hace años. En las crónicas policiales, el robo de unas cuantas gallinas y conservas puede que se incluyan en el rubro de “delitos menores”, pero para las personas con exiguas pensiones las menudencias robadas son, a veces, una cuestión de supervivencia. Los defensores del orden público se han rendido ante las incursiones gitanas pero no lo reconocen abiertamente porque son políticamente correctos.
Los abanderados de la conducta políticamente correcta y el respeto a los derechos humanos que criticaron duramente al ministro de Sanidad por su arrebato emocional, ¿darían la espalda a sus infructuosas conferencias y seminarios sin fin sobre la inclusión gitana para trabajar por una integración funcional de los gitanos a largo plazo? Es poco probable.
Es poco probable también que se den cuenta de que vivimos en una sociedad a la que le gustaría ser liberal y apoyarse firmemente en los valores universales pero que está compuesta, en realidad, de ciudadanos pobres e indiferentes. Y los médicos de urgencias maltratados son sólo una parte del rompecabezas.
Versión en español por Daniela Radíchkova
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